Observatorio Vaticano
  • Portada
  • Vaticano
  • La Iglesia
  • Audiencia y Angelus
  • Actos Pontificios

Angelus

2/22/2017

0 Comments

 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la creación sea nuestra propiedad, una posesión que podemos explotar a nuestro agrado y de la cual no debemos dar cuenta a nadie. En el pasaje de la Carta a los Romanos (8,19-27) del cual hemos apenas escuchado una parte, el Apóstol Pablo nos recuerda en cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en nuestras manos, para que podamos entrar en relación con Él y podamos reconocer la huella de su designio de amor, a cuya realización estamos llamados todos a colaborar, día a día.
Pero cuando se deja llevar por el egoísmo, el ser humano termina por destruir incluso las cosas más bellas que le han sido confiadas. Sucedió también así con la creación.
Pensemos en el agua. El agua es una cosa bellísima y muy importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en todo. Pero al explotar los minerales se contamina el agua, se ensucia la creación y se destruye la creación. Este es sólo un ejemplo. Existen otros.
Con la experiencia trágica del pecado, rota la comunión con Dios, hemos infringido la originaria comunión con todo aquello que nos rodea y hemos terminado por corromper la creación, haciéndola así esclava, sometida a nuestra caducidad. Y lamentablemente la consecuencia de todo esto está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día.
Cuando rompe la comunión con Dios, el hombre pierde su propia belleza originaria y termina por desfigurar alrededor de sí cada cosa; y donde todo antes hablaba del Padre Creador y de su amor infinito, ahora lleva el signo triste y desolado del orgullo y de la voracidad humana. El orgullo humano explotando la creación, destruye. El Señor entretanto no nos deja solos y también ante este escenario desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación universal.
Es aquello lo que Pablo pone en evidencia con alegría, invitándonos a poner atención a los gemidos de la entera creación. Los gemidos de la entera creación. Expresión fuerte.
Si ponemos atención, de hecho, alrededor nuestro todo clama: clama la misma creación, clamamos nosotros los seres humanos y clama el Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón. Ahora, estos clamores no son un lamento estéril, desconsolado, sino –como precisa el Apóstol– son los gemidos de una parturienta; son los gemidos de quien sufre, pero sabe que está por venir a la luz una nueva vida. Y en nuestro caso es de verdad así.
Nosotros estamos todavía luchando con las consecuencias de nuestro pecado y todo, alrededor nuestro, lleva todavía el signo de nuestras debilidades, de nuestras faltas, de nuestras cerrazones. Pero, al mismo tiempo, sabemos de haber sido salvados por el Señor y ya se nos es dado contemplar y pregustar en nosotros y en lo que nos rodea los signos de la Resurrección, de la Pascua, que opera una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano no vive fuera del mundo, sabe reconocer en la propia vida y en lo que lo circunda los signos del mal, del egoísmo y del pecado.
Es solidario con quien sufre, con quien llora, con quien es marginado, con quien se siente desesperado. Pero, al mismo tiempo, el cristiano ha aprendido a leer todo esto con los ojos de la Pascua, con los ojos del Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la espera, el tiempo de un deseo que va más allá del presente, el tiempo del cumplimiento.
En la esperanza sabemos que el Señor quiere sanar definitivamente con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo los que el hombre ha deformado en su impiedad, y que de este modo Él regenerará un mundo nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliada en su amor.
Cuantas veces nosotros cristianos estamos tentados por la desilusión, por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil, o quizás nos quedamos sin palabras y no sabemos ni siquiera que cosa pedir, que cosa esperar… Pero una vez más viene en nuestra ayuda el Espíritu Santo, respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivo el clamor y la espera de nuestro corazón.
El Espíritu ve por nosotros más allá de las apariencias negativas del presente y nos revela ya ahora los cielos nuevos y la tierra nueva que el Señor está preparando para la humanidad. Gracias.
0 Comments

Angelus

2/19/2017

0 Comments

 
“Queridos hermanos y hermanas
Lamentablemente siguen llegando noticias de enfrentamientos violentos y brutales en la región de Kasai Central, de la República Democrática del Congo. Siento profundo dolor por las víctimas, en especial por tantos niños arrebatados de sus familias y de la escuela para ser usados como soldados. ¡Ésta es una tragedia: niños soldados!
Aseguro mi cercanía y mi oración, también al personal religioso y humanitario que trabaja en esa difícil región. Y renuevo un apremiante llamamiento a la conciencia y a la responsabilidad de las autoridades nacionales y de la comunidad internacional, con el fin de que se tomen pronto decisiones adecuadas para socorrer a estos nuestros hermanos y hermanas.
Oremos por ellos y por todas las poblaciones en otros lugares del continente africano y del mundo sufren a causa de la violencia y de la guerra.
Pienso, en particular, en el querido pueblo paquistaní, golpeado por crueles actos terroristas en días pasados.
Oremos por las víctimas mortales, por los heridos y sus familiares. Oremos fervientemente para que todo corazón endurecido por el odio se convierta a la paz, según la voluntad de Dios”.
0 Comments

Audiencia

2/15/2017

0 Comments

 
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! desde pequeños nos enseñan que no está bien jactarse. En mi país a quienes se enorgullecen les llamamos ‘pavos’. Y es justo que sea así porque, además de algo de soberbia, también delata una falta de respeto hacia los demás, sobre todo de los que son menos afortunados”.
En este paso de la Carta a los Romanos, entretanto el apóstol Pablo nos sorprende, porque en dos oportunidades nos invita a gloriarse. Entonces, ¿de que es justo gloriarse? ¿Y cómo se puede hacer sin ofender, sin excluir a nadie, sin excluir a nadie?
En el primer caso estamos invitados a gloriarnos en la abundancia de la gracia de la cual somos penetrados en Jesucristo, por medio de la fe.
Pablo quiere hacernos entender que si aprendemos a leer cada cosa con la luz del Espíritu Santo, nos daremos cuenta de que todo es gracia, todo es don.
Si prestamos atención, de hecho, tanto en la historia como en nuestras vidas, no actuamos solamente nosotros, sino sobre todo Dios. Él es el protagonista absoluto que crea cada cosa como un don de amor, que teje la trama de su designo de salvación y lo lleva a cumplimiento por nosotros mediante su hijo Jesús.
A nosotros se nos pide que nos demos cuenta de todo ello, que lo aceptemos con gratitud y lo convirtamos en motivo de alabanza, de bendición y alegría. Si lo hacemos, estamos en paz con Dios y experimentamos la libertad. Y esa paz se extiende después a todas las áreas y todas las relaciones de nuestras vidas: estamos en paz con nosotros mismos, estamos en paz con la familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y con las personas que encontramos todos los días en nuestro camino.
Pero Pablo insta a gloriarse también en las tribulaciones. Esto no es fácil de entender. Esto nos resulta más difícil y puede parecer que no tenga relación alguna con la condición apenas descrita. En cambio, es el presupuesto más auténtico, más verdadero.
De hecho la paz que el Señor nos brinda y nos garantiza no significa ausencia de preocupaciones, decepciones, faltas, o motivos de sufrimientos.
De ser así, en el caso de que consiguiéramos estar en paz, ese momento terminaría pronto y caeríamos inevitablemente en el desconsuelo. La paz que viene de la fe es un regalo: es la gracia de experimentar que Dios nos ama y que está siempre a nuestro lado, que no nos deja solos ni siquiera un momento en nuestra vida.
Y esto, como dice el Apóstol, genera paciencia, porque sabemos que incluso en los momentos más duros y turbulentos, la misericordia y la bondad del Señor son más grandes que cualquier otra cosa y nada nos arrancará de las manos y de la comunión con Él. Este es el motivo por el cual la esperanza cristiana es sólida, por eso no defrauda. No se basa en lo que hagamos o seamos, ni tampoco en lo que creamos.
Su fundamento, es decir el fundamento de la esperanza cristiana, es lo más fiel y seguro que hay: el amor que Dios nutre por cada uno de nosotros. Es fácil decir: Dios nos ama; todos lo decimos. Pero piensen un poco: ¿Cada uno de nosotros es capaz de decir: Estoy seguro de que Dios me ama? No es tan fácil decirlo, pero es la verdad. Es un buen ejercicio éste de decirse a uno mismo: Dios me ama. Esta es la raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza.
Y el Señor ha derramado en nuestro corazón el Espíritu, que es el amor de Dios, para que como artífice y garante, pueda alimentar en nosotros la fe y mantenga viva esa esperanza y esa seguridad: Dios me ama.
— ¿Pero en este momento horrible? Dios me ama.
— ¿A mí que he hecho esto y aquello? Dios me ama.
Esa seguridad no nos la quita nadie. Y tenemos que repetirlo como una oración: Dios me ama. Estoy seguro de que Dios me ama. Estoy segura de que Dios me ama”.
Ahora entendemos por qué el apóstol Pablo nos exhorta a gloriarnos siempre de todo esto. “Yo me glorio del amor de Dios, porque me ama. La esperanza que se nos ha dado no nos separa de los demás, ni mucho menos nos lleva a desacreditarlos o a marginarlos. Se trata, en cambio, de un don extraordinario del que estamos llamados a ser ‘canales’, con humildad y sencillez, para todos.
Por lo tanto nuestro mayor orgullo es tener a Dios como un Padre que no tiene favoritos, que no excluye a nadie, sino que abre su casa a todos los seres humanos, empezando por los últimos y, los alejados, para que, como hijos suyos aprendamos a consolarnos y a apoyarnos los unos a los otros. Y no se olviden: la esperanza no defrauda”.
0 Comments

Angelus

2/12/2017

0 Comments

 
“Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
La liturgia de hoy nos presenta otra página del Discurso de la Montaña, que encontramos en el evangelio de Mateo. En este paso Jesús quiere ayudar a sus oyentes a realizar una nueva lectura de la ley mosaica.
Aquello que fue dicho en la Antigua Alianza no rea todo: Jesús vino para cumplir y promulgar de manera definitiva la ley de Dios. Él manifiesta la finalidad originaria y cumple los aspectos auténticos, y hace todo esto con su predicación y más aún ofreciéndose a sí mismo en la cruz.
Así Jesús enseña como hacer plenamente la voluntad de Dios y usa esta palabra: “justicia superior” respecto a los escribas y fariseos. Una Justicia animada por el amor, la caridad, la misericordia y por lo tanto capaz de realizar la sustancia de los mandamientos, evitando el riesgo del formalismo. El formalismo: esto puedo, esto no puedo; hasta aquí puedo, hasta aquí no puedo… No: mucho más, en particular en el Evangelio de hoy Jesús toma en consideración tres aspectos: el homicidio, el adulterio y el juramento.
Sobre el mandamiento “no matar”, Él afirma que se viola no solamente con el homicidio efectivo, sino también con comportamientos que ofenden la dignidad de la persona humana, incluidas las palabras injuriosas. Seguramente estas no tienen la misma gravedad y culpa del asesinato, pero se pone en la misma línea, porque tiene las mismas premisas y revelan la misma maldad.
Jesús nos invita a no establecer una lista que evalúa las ofensas, sino considerarlas a todas dañosas, porque movidas por el deseo de hacer mal al prójimo. Y Jesús da el ejemplo. Insultar: nosotros estamos acostumbrados a insultar, es como decir “buenos días”. Y esto está en la misma línea del asesinato. Quien insulta a un hermano, asesina en el propio corazón al hermano. ¡Por favor nunca insultar! No ganamos nada…
Y aporta otro precepto a la ley matrimonial. El adulterio era considerado una violación del derecho de propiedad del hombre sobre la mujer. Jesús en cambio va a la raíz del mal. Así como se llega al homicidio a través de las injurias y las ofensas, así se llega al adulterio a través de las intenciones de poseer a una mujer diversa de la propia esposa.
El adulterio, como el hurto, la corrupción y todos los pecados, son antes concebidos en nuestra intimidad, y una vez tomada en el corazón la decisión equivocada, se transforman en comportamiento concreto. Y Jesús dice: quien mira a una mujer que no es la propia con ánimo de posesión es un adúltero en su corazón, ha iniciado el camino hacia el adulterio. Pensemos un poco sobre esto: sobre los malos pensamientos que vienen en esta línea.
Jesús después, dice a sus discípulos que no juren, porque el juramento es signo de la inseguridad y de la doble cara con que se realizan las relaciones humanas. Se instrumentaliza la autoridad de Dios para dar garantías a nuestros asuntos humanos.
Más bien estamos llamados a instaurar entre nosotros, en nuestras familias y en nuestras comunidades un clima de limpidez y de confianza recíproca, para que podamos ser considerados sinceros sin recurrir a intervenciones superiores para ser creídos.
!La desconfianza y la sospecha recíproca amenazan siempre la serenidad¡ La Virgen María, mujer que escuchaba con docilidad y obedecía con alegría, nos ayude a acercarnos siempre más al evangelio, para ser cristianos no de fachada, sino de sustancia. Y esto es posible con la gracia del Espíritu Santo, que nos permite hacer todo con amor, y así cumplir plenamente la voluntad de Dios”.
Después de la oración del ángelus el Papa dirigió algunos saludos
“Queridos hermanos y hermanas, saludo a todos los peregrinos aquí presentes, a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones. En particular a los alumnos del Instituto “Carolina Coronado” de Almendralejo y a los fieles de Tarragona, en España. También a los grupos de Caltanissetta, Valgoglio, Ancona, Pesaro, Turín y Pisa.
A todos les deseo un buen domingo. No nos olvidemos: no insultar, no mirar con malos ojos, con ojos de poseer a la mujer del prójimo, y no jurar. Es tan simple.
Y por favor no se olviden de rezar por mi. ‘¡Buon pranzo‘ y ‘arrivederci!'”.
0 Comments

Audiencia

2/8/2017

0 Comments

 
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
El miércoles pasado hemos visto que san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses, exhorta a mantenerse radicados en la esperanza de la Resurrección.
Con esa hermosa palabra ‘estaremos siempre con el Señor’. En el mismo contexto el Apóstol muesta que la esperanza cristiana no tiene solamente una dimensión personal, individual, pero comunitaria y eclesial. Todos nosotros esperamos, todos nosotros tenemos esperanza también comunitariamente.
Por esto la mirada es rápidamente ampliada por Pablo a todas las comunidades cristianas a las que pide que recen mutuamente unas por otras y de apoyarse entre sí.
Ayudarse mutuamente. Pero no solo ayudarse en las necesidades, en las tantas necesidades de la vida cotidiana, sino ayudarnos en la esperanza, sostenernos en la esperanza.Y no es una casualidad que empiece refiriéndose a aquellos a quienes se ha confiado la responsabilidad y la guía pastoral.
Ellos son los primeros a ser llamados y a alimentar la esperanza, y esto no porque sean mejores que los otros, sino en virtud de un ministerio divino que va mucho más allá de sus fuerzas. Por eso necesitan también el respeto, la comprensión y el apoyo benévolo de todos.
La atención después es puesta en los hermanos que corren más peligro de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Nosotros tenemos siempre noticias de gente que cae en la desesperación y hacen malas cosas…La desesperación los lleva a tantas cosas malas”.
La referencia es a quien ha perdido el ánimo, a quien es débil, a quien se siente abatido por el peso de la vida y de sus pecados y no logra más levantarse.
En estos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia deben ser aún más intensos y amorosos tomando la forma particular de la compasión, que no es sentir lástima: la compasión es padecer con el otro, acercarse al que sufre; una palabra, una caricia pero que salgan del corazón: esto es compasión.
Para quien necesita conforto de la consolación. Esto es de suma importancia: la esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad genuina y concreta. El mismo Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Romanos, dice con el corazón en la mano: “‘sotros, los que somos fuertes –que tenemos la fe, la esperanza o no tenemos tantas dificultades– tenemos el deber de llevar las flaquezas de los débiles sin complacernos a nosotros mismos’.
Llevar, llevar las debilidades de los demás. Este testimonio no permanece encerrado en los confines de la comunidad cristiana: resuena en toda su fuerza también fuera de ella, en el contexto social y civil, como una llamada a no crear muros sino puentes, a no devolver mal por mal, sino a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón. El cristiano nunca puede decir: ¡me la pagarás!, nunca; la ofensa se vence con el perdón, para vivir en paz con todos. ¡Esta es la Iglesia! Y así obra la esperanza cristiana, cuando asume los rasgos fuertes y al mismo tiempo tiernos del amor.
El amor es fuerte y tierno”. Es bello. Se entiende entonces que no se aprende a esperar solos. Nadie aprende a esperar solo. No es posible. La esperanza, para alimentarse tiene necesidad de un “cuerpo” en el que todos los miembros se sostienen y se animan mutuamente. Esto entonces significa que si tenemos esperanza es porque muchos de nuestros hermanos y hermanas nos han enseñado la esperanza y han mantenido viva nuestra esperanza.
Y entre estos están los pequeños, los pobres, los sencillos, los marginados. Sí, porque no conoce la esperanza quien se encierra en su propio bienestar: espera solo en su bienestar y eso no es esperanza, es seguridad relativa; no conoce la esperanza quien se cierra en su propia satisfacción, quien siente siempre que está bien… Tienen esperanza en cambio uienes experimentan todos los días las pruebas, la precariedad y sus propios límites.
Son estos hermanos nuestros los que nos dan el testimonio más hermoso, más fuerte, porque se mantienen firmes confiando en el Señor, sabiendo que más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última palabra será suya, y será una palabra de misericordia, de vida y de paz.
Quien espera, espera escuchar un día estas palabras: “Ven, ven a mi, hermano; ven, hermana, para toda la eternidad”. Queridos amigos, si como hemos dicho la demora habitual de la esperanza es un ‘cuerpo’ solidario, en el caso de la esperanza cristiana este cuerpo es la Iglesia, mientras que el aliento vital, el alma de esta esperanza es el Espíritu Santo.
Sin el Espíritu Santo no es posible tener esperanza. Por eso el apóstol Pablo nos invita al final a invocarlo continuamente. Si no es fácil creer, mucho menos es esperar.
Es más difícil esperar que creer, es más difícil. Pero cuando el Espíritu Santo vive en nuestros corazones, es Él a hacernos entender que no hay que temer, que el Señor está cerca y nos cuida; y es Él quien modela nuestras comunidades, en un perenne Pentecostés, como signos vivos de esperanza para la familia humana. Gracias”.
0 Comments

    Audiencia y Angelus

      

    Archivos

    January 2021
    September 2020
    April 2020
    November 2019
    October 2019
    July 2019
    May 2019
    March 2019
    January 2019
    December 2018
    October 2017
    September 2017
    August 2017
    July 2017
    June 2017
    May 2017
    April 2017
    March 2017
    February 2017
    January 2017
    December 2016
    November 2016
    October 2016
    September 2016
    August 2016
    July 2016
    June 2016
    May 2016
    April 2016
    March 2016
    February 2016
    January 2016
    December 2015
    November 2015
    September 2015
    June 2015
    January 2015
    October 2014
    September 2014
    August 2014
    July 2014
    June 2014
    May 2014

    Categorias

    All

    RSS Feed

Política de Privacidad           /     Términos y Condiciones de Uso
Observatorio Vaticano/Koinonia Communication 2010-2021 © Derechos Reservados
Photo used under Creative Commons from timatymusic