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Angelus

5/29/2016

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«Al concluir esta celebración quiero dirigirles un especial saludo a ustedes, queridos diáconos, que han venido de Italia y de otros países. ¡Gracias por vuestra presencia aquí, pero sobre todo por vuestra presencia en la Iglesia!
Saludo a todos los peregrinos, en particular a la Asociación europea de los históricos Schützen; a los participantes del “Camino del Perdón” promovido por el Movimento Celestiniano; y a la Asociación Nacional para la tutela de las energías renovables, empeñados en una obra de educación para cuidar la creación.
Recuerdo también la Jornada Nacional del Alivio, finalizada a ayudar a las personas a vivir bien la fase final de la existencia terrena, así como la peregrinación tradicional que se realiza hoy en Polonia, en el santuario mariano de Piekary: la Madre de la Misericordia apoye a las familias y a los jóvenes que están en camino hacia la Jornada Mundial de Cracovia.
El próximo miércoles 1° de junio, con motivo de la Jornada Internacional del Niño, las comunidades cristianas de Siria, sea católicas que ortodoxas, vivirán una oración especial por la paz, que tendrá como protagonistas justamente a los niños. Los niños sirios invitan a los niños de todo el mundo a unirse por sus oraciones por la paz.
Invocamos por estas intenciones la intercesión de la Virgen María, mientras le confiamos la vida y el ministerio de todos los diáconos del mundo».
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Audiencia

5/25/2016

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Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
La parábola evangélica que acabamos de escuchar (cfr. Lc 18, 1-8) contiene una enseñanza importante: “que es necesario orar siempre sin desanimarse” (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que es necesario “orar siempre sin desanimarse”. Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.
El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica recomendaba que los jueces sean personas con temor de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez «no temía a Dios ni le importaban los hombres» (v. 2). Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta la Ley pero hacía lo que quería, según sus intereses. A él se dirigió una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, allí, sola está sin defensa y podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así como con el huérfano,  el extranjero, el migrante. ¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente importunando presentándole su petición de justicia. Y precisamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en un cierto momento la compensa, no porque esté movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).
De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus peticiones insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente» (vv. 7-8).
Por esto Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica! Esta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que, así dice, «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración está empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: “Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que más importa es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, Amor misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como la de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!
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Angelus

5/22/2016

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​Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 
Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, el Evangelio de san Juan nos presenta un fragmento del largo discurso de despedida, pronunciado por Jesús poco antes de su Pasión. En este discurso, Él explica a los discípulos las verdades más profundas que tienen que ver con él; y así se delinea la relación entre Jesús, el Padre y el Espíritu Santo. Jesús sabe que está cerca de la realización del diseño del Padre, que se cumplirá con su muerte y resurrección; por eso quiere asegurar a los suyos que nos les abandonará, porque su misión será prolongada por el Espíritu Santo. Será el Espíritu Santo quien prolongue la misión de Jesús. Es decir, guiar la Iglesia hacia adelante. 
Jesús revela en qué consiste esta misión. En primer lugar, el Espíritu nos guía a entender las muchas cosas que Jesús mismo todavía tiene que decir (cfr Gv 16,12). No se trata de doctrinas nuevas o especiales, sino de una plena comprensión de todo lo que el Hijo ha escuchado del Padre y que ha hecho conocer a los discípulos (cfr v. 15). El Espíritu nos guía en las nuevas situaciones existenciales con una mirada dirigida a Jesús y, al mismo tiempo, abierto a los eventos y al futuro. Él nos ayuda a caminar en la historia firmemente arraigados en el Evangelio y también con fidelidad dinámica a nuestras tradiciones y costumbres. 
Pero el misterio de la Trinidad nos habla también de nosotros, de nuestra relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. De hecho, mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha metido en la oración y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una “familia” de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta “familia divina” no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombre para llamar a todos a formar parte. El horizonte trinitario de comunión nos rodea a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterna, seguros de que allí donde hay amor, está Dios. 
Nuestro ser creados a imagen y semejanza de Dios-comunión nos llama a comprendernos a nosotros mismo como ser-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor mutuo. Tales relaciones se juegan, sobre todo, en el ámbito de nuestras comunidades eclesiales, para que se cada vez más evidente la imagen de la Iglesia icono de la Trinidad. Pero se juegan en cada relación social, de la familia a las amistades y al ambiente de trabajo, todo: son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado.  
La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser levadura de comunión, de consolación y de misericordia. En esta misión somos sostenidos por la fuerza que el Espíritu Santo nos dona: cuida la carne de la humanidad herida por la injusticia, la opresión, el odio y la avaricia. La Virgen María, en su humildad, ha acogido la voluntad del Padre y ha concebido al Hijo por obra del Espíritu Santo. Nos ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad.
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Audiencia

5/18/2016

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“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Deseo detenerme hoy con los aquí presentes, en la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro. La vida de estas dos personas parece pasar por andenes paralelos: sus condiciones de vida son opuestas y del todo incomunicadas. La puerta de casa del rico está siempre cerrada al pobre, que está fuera, tratando de comer algo de lo que sobra en la mesa del rico. Este lleva vestidos de lujo, mientras que Lázaro está cubierto de llagas; el rico da banquetes todos los días, mientras que Lázaro muere de hambre. Solo los perros le cuidan y van a lamerle las llagas. 
Esta escena recuerda la dura reprimenda del Hijo del hombre en el juicio final: “porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; estaba […] desnudo, y no fui vestido; enfermo y preso, y me han visitado” (Mt 25,42-43). Lázaro representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el que riquezas inmensas y recursos están en las manos de pocos.
Jesús dice que un día ese hombre rico murió, ese hombre murió. Los pobres y los ricos mueren, tienen el mismo destino, todos nosotros, no hay excepciones a esto. Y ese hombre se dirigió a Abrahán suplicándole con el apelativo de “padre” (vv. 24.27). Reivindica ser su hijo, perteneciente al pueblo de Dios. Ni siquiera en vida ha mostrado consideración alguna hacia Dios, es más, ha hecho de sí mismo el centro de todo, cerrado en su mundo de lujo y de derroche. 
Excluyendo a Lázaro, no ha tenido en cuenta ni al Señor ni a su ley. ¡Ignorar al pobre es despreciar a Dios! Y esto debemos aprenderlo bien. Ignorar al pobre es despreciar a Dios. Hay un particular en la parábola que hay que notar: el rico no tiene nombre, solamente un adjetivo, “el rico”; mientras que el del pobre se repite cinco veces, y “Lázaro” significa “Dios ayuda”. Lázaro, que está delante de la puerta, es un reclamo viviente al rico para acordarse de Dios, pero el rico no acoge este reclamo. Será condenado no por sus riquezas, sino por no haber sido capaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo. 
En la segunda parte de la parábola, encontramos a Lázaro y al rico después de la muerte (vv. 22-31). En el más allá, la situación ha cambiado: el pobre Lázaro es llevado por los ángeles al cielo ante Abraham, el rico sin embargo se precipita entre los tormentos. Entonces el rico “alzó los ojos y vio de lejos a Abraham, y Lázaro junto a él”. A él le parece ver a Lázaro por primer vez, pero sus palabras le traicionan: “Padre Abraham –dice– ten piedad de mí y manda a Lázaro –lo conocía ¿eh?– a meter en el agua la punta del dedo y a mojarme la lengua, porque sufro terriblemente en esta llama”. Ahora el rico reconoce a Lázaro y le pide ayuda, mientras que en vida fingía no verlo. ¡Cuántas veces, cuántas veces, tanta gente finge no ver a los pobres! Para ellos los pobres no existen. Antes le negaba incluso lo que le sobraba de la mesa, ¡y ahora quiere que le lleve agua! Todavía cree poder tener derechos por su precedente condición social. 
Declarando imposible cumplir su petición, Abraham en persona ofrece la clave de toda la historia: él explica que bienes y males han sido distribuidos de forma que compense la injusticia terrena y la puerta que separaba en vida al rico y al pobre, se ha transformado en un “gran abismo”. 
Mientras Lázaro estaba bajo su casa, para el rico había la posibilidad de salvación, abrir la puerta, ayudar a Lázaro, pero ahora que ambos han muerto, la situación se ha hecho irreparable. Dios no es llamado nunca directamente, pero la parábola advierte claramente: la misericordia de Dios con nosotros está unida a nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta nuestra misericordia con los demás, la de Dios no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar. Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, esa puerta se queda cerrada, también para Dios y esto es terrible. 
En este punto el rico piensa en sus hermanos que corren el riesgo de terminar igual y pide que Lázaro pueda volver al mundo para advertirles. Pero Abraham replica: “Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen”. Para convertirnos, no tenemos que esperar eventos prodigiosos, sino abrir el corazón a la Palabra de Dios, que nos llama a amar a Dios y al prójimo. La Palabra de Dios puede hacer revivir un corazón marchito y sanarlo de su ceguera. 
El rico conocía la Palabra de Dios, pero no la dejado entrar en el corazón, no la ha escuchado, por eso ha sido incapaz de abrir los ojos y de tener compasión del pobre. Ningún mensajero y ningún mensaje podrán sustituir a los pobres que encontramos en el camino, porque en ellos viene Jesús mismo a nuestro encuentro: “Todo lo que habéis hecho a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí” (Mt 25,40), dice Jesús. 
Así en el intercambios de las situaciones que la parábola describe está escondido el misterio de nuestra salvación, en la que Cristo une la pobreza a la misericordia. Queridos hermanos y hermanas, escuchando este Evangelio, todos nosotros, junto a los pobres de la tierra, podemos cantar con María: “Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,52-53).
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Regina

5/15/2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, que cierra el Tiempo Pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que Jesús prometió varias veces a sus discípulos, el primer y principal don que Él nos ha dado con su Resurrección. Este don, Jesús mismo lo ha pedido al Padre, como indica el Evangelio de hoy, que está ambientado en la Última Cena. Jesús dice a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,15-16). Estas palabras nos recuerdan sobre todo que el amor por una persona, y también por el Señor, se demuestra no solo con las palabras, sino con los hechos; y también “cumplir los mandamientos” va entendido en sentido existencial, de forma que toda la vida esté implicada. De hecho, ser cristiano no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherirse a una cierta doctrina, sino más bien unir la propia vida, en cada aspecto, a la persona de Jesús, y a través de Él, al Padre. Con este fin, Jesús promete la efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente gracias al Espíritu Santo, Amor que une al Padre y al Hijo y procede de ellos, todos podemos vivir la vida misma de Jesús. El Espíritu, de hecho, nos enseña todas las cosas, y la única cosa indispensable: amar como ama Dios. 
En el prometer el Espíritu Santo, Jesús lo define “otro Paráclito” (v. 16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir Aquel que nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal. Jesús dice “otro Paráclito” porque el primero es Él mismo, que se ha hecho carne precisamente para asumir sobre él nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado. 
Además, el Espíritu Santo ejercita una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y memoria. Nos lo ha dicho Jesús: “El Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho” (v. 26). El Espíritu Santo no lleva una enseñanza diferente, pero hace vivo y operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa no lo cancele y no lo borre. El Espíritu Santo coloca esta enseñanza dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarlo, haciéndolo ser parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara nuestro corazón para que sea capaz realmente de recibir las palabras y los ejemplos del Señor. Todas las veces que la palabra de Jesús es acogida con alegría en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo. 
Rezamos ahora juntos el Regina Coeli –por última vez este año–, invocando la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos dé la gracia de ser fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con franqueza evangélica y abrirse cada vez más a la plenitud de su amor.
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Audiencia

5/11/2016

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“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Hoy esta audiencia se realiza en dos lugares: porque había peligro de lluvia, los enfermos están en el Aula Pablo VI y nos siguen a través de las pantallas. Dos lugares pero una sola audiencia. Saludamos a los enfermos que están en el Aula Pablo VI. 
Queremos reflexionar hoy sobre la parábola del padre misericordioso. Esta habla de un padre y de sus dos hijos, y nos hace conocer la misericordia infinita de Dios. 
Empezamos por el final, es decir por la alegría del corazón del Padre, que dice: “Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado” (vv. 23-24). Con estas palabras el padre ha interrumpido al hijo menor en el momento en el que estaba confesando su culpa “ya no merezco ser llamado hijo tuyo…” (v. 19).
Pero esta expresión es insoportable para el corazón del padre, que sin embargo se apresura para restituir al hijo los signos de su dignidad: el vestido, el anillo, la sandalias. Jesús no describe un padre ofendido o resentido, un padre que por ejemplo dice “me la pagarás”, no, el padre lo abraza, lo espera con amor; al contrario, la única cosa que el padre tiene en el corazón es que este hijo está delante de él sano y salvo. Y esto le hace feliz y hace fiesta. 
La recepción del hijo que vuelve está descrita de forma conmovedora: “Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”  (v. 20). Cuánta ternura, lo vio desde lejos, ¿qué significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo volvía. Lo esperaba, ese hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. Es algo bonito la ternura del padre. La misericordia del padre es desbordante y se manifiesta incluso antes de que el hijo hable. 
Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: “trátame como a uno de tus jornaleros” (v. 19).  Pero estas palabras se disuelven delante del perdón del padre. El abrazo y el beso de su padre le han hecho entender que ha sido siempre considerado hijo, a pesar de todo, pero es siempre su hijo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de los hijos de Dios es fruto del amor del corazón del padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras acciones, y por tanto nadie puede quitárnosla. Nadie puede quitarnos esta dignidad, ¡ni siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad. 
Esta palabra de Jesús nos anima a no desesperar nunca. Pienso en las madres y a los padres aprensivos cuando ven a los hijos alejarse tomando caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también en quien está en la cárcel, y les parece que su vida ha terminado; en los que han tomado decisiones equivocadas y no consiguen mirar al futuro; a todos aquellos que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen que no lo merecen… En cualquier situación de la vida, no debo olvidar que no dejaré nunca de ser hijo de Dios, de un Padre que me ama y espera mi regreso. También en la situación más fea en mi vida Dios me espera, quiere abrazarme. 
En la parábola hay otro hijo, el mayor; también él necesita descubrir la misericordia del padre. Él siempre se ha quedado en casa, ¡pero es muy distinto al padre! A sus palabras les falta ternura: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes… Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto…” (vv. 29-30). Habla con desprecio. No dice nunca “padre”, “hermano”. Presume de haberse quedado siempre junto al padre y haberle servido; y aún así no ha vivido nunca con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no haberle dado nunca un ternero para hacer fiesta. ¡Pobre padre! ¡Un hijo se había ido, y el otro no ha estado nunca cercano realmente! El sufrimiento del padre es como el sufrimiento de Dios y de Jesús, cuando  nos alejamos o cuando pensamos estar cerca y sin embargo no lo estamos. 
El hijo mayor, también él tiene necesidad de misericordia. Los justos, esos que se creen justos, tienen también necesidad de misericordia. Este hijo nos representa cuando nos preguntamos si vale la pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la dignidad de hijos corresponsables. No se trata de canjear con Dios, sino de seguir a Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz  y esto sin medidas.
«Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría» (v. 31). Así el dice el Padre al hijo mayor. ¡Su lógica es aquella de la misericordia! El hijo menor pensaba que merecía un castigo a causa de sus propios pecados, el hijo mayor esperaba una recompensa por sus servicios. Los dos hermanos no hablan entre ellos, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica extraña a Jesús: si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás castigado; y esta no es la lógica de Jesús, no lo es. Esta lógica es invertida por las palabras del padre: «Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 31). ¡El padre ha recuperado al hijo perdido, y ahora puede también restituirlo a su hermano! Sin el menor, también el hijo mayor deja de ser un “hermano”. La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan hermanos.
Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla. Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué cosa ha decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas,  ¡abramos nuestro corazón, para ser “misericordiosos como el Padre”! Gracias.
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REgina

5/8/2016

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«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy en Italia y en el mundo se celebra la Ascención de Jesús al cielo, sucedida cuarenta días después de la Pascua. Contemplamos el misterio de Jesús que sale de nuestro espacio terreno para entrar en la plenitud de la gloria de Dios, llevando consigo nuestra humanidad. Nuestra humanidad entra por primera vez en el cielo. El evangelio de Lucasnos muestra la reacción de los discípulos delante del Señor que “se separó de ellos y era llevado al Cielo”. No hubo en ellos ni dolor ni desorientación, sino que se “postraron delante de él, y después volvieron a Jerusalén con gran alegría”.
Es el regreso de quien no tiene más el temor de la ciudad que había rechazado al Maestro, que había visto la traición de Judas y a Pedro que le renegaba, la dispersión de los discípulos y la violencia de un poder que se sentía amenazado.
Desde aquel día para los apóstoles y para cada discípulo de Cristo fue posible habitar en Jerusalén y en todas las ciudades del mundo, inclusive en aquellas más golpeadas por la injusticia y la violencia, porque encima de cada ciudad está el mismo cielo y cada habitante puede levantar la mirada con esperanza.
Dios es hombre verdadero y su cuerpo de hombre está en el cielo, y esta es nuestra esperanza, es el ancla nuestra que está allá y nosotros estamos firmes en esta esperanza si miramos hacia el cielo. En este cielo habita aquel Dios que se ha revelado tan cercano que tomó el rostro de un hombre, Jesús de Nazaret.
El se queda para siempre, es Dios-con-nosotros. Recordemos esto, Emanuel, ¡Dios-con-nosotros! y no nos deja solos. Podemos mirar hacia lo alto para reconocer delante de nosotros el futuro. En la Ascención de Jesús, el Crucifijo Resucitado, está la promesa de nuestra participación a la plenitud de vida junto a Dios.
Antes de separarse de sus amigos, Jesús refiriéndose al evento de su muerte y resurrección les dijo: “Ustedes son testigos de todo esto”. O sea los discípulos, los apóstoles son testimonios de la muerte y de la resurrección de Cristo y ese día también de la Ascención de Cristo.
Y de hecho, después de haber visto a su Señor subir a los cielos, los discípulos volvieron a la ciudad como testimonios que con alegría anuncian a todos la vida nueva que viene del Crucifijo Resucitado, en cuyo nombre “será predicado a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”.
Este es el testimonio –hecho no solo con palabras pero también con la vida cotidiana– que cada domingo debería salir de nuestras Iglesias para entrar durante la semana en las casas, en las oficinas, en las escuelas, en los lugares de reunión y diversión, en los hospitales, las cárceles, las casas, para los ancianos, en los lugares abarrotados de inmigrantes, en las periferias de la ciudad.
Este testimonio tenemos que llevarlo cada semana: ‘Cristo está con nosotros, Jesús subió al cielo, está con nosotros, Cristo está vivo’.
Jesús nos ha asegurado que en este anuncio y en este testimonio seremos “revestidos por la potencia de lo alto”. O sea con la potencia del Espíritu Santo. Aquí está el secreto de esta misión: la presencia real entre nosotros del Señor resucitado, que con el don del Espíritu sigue abriendo nuestra mente y nuestro corazón, para que anunciemos su amor y su misericordia también en los ambientes más hostiles de nuestras ciudades.
Es el Espíritu Santo el verdadero artífice del multiforme testimonio que la Iglesia y cada bautizado dan al mundo. Por lo tanto no podemos nunca descuidar el recogimiento en la oración para alabar a Dios e invocar el don de Espíritu. En esta semana que nos lleva a la fiesta de Pentecostés nos quedamos espiritualmente en el Cenáculo, junto a la Virgen María, para recibir el Espíritu Santo. Lo hacemos también ahora en comunión con los fieles que se han reunido en el Santuario de Pompeya, para la tradicional súplica».
El Papa rezó la oración del Regina Coeli y después dirigió las siguientes palabras
«Queridos hermanos y hermanas, Hoy es la 50 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, querida por el Concilio Vaticano II. De hecho los padres conciliares, reflexionando sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, entendieron la importancia crucial de las comunicaciones, que ‘pueden crear puentes entre las personas, las familias, los grupos sociales y los pueblos. Y esto sea en el ambiente físico que en aquel digital’.
Dirijo a todos los operadores de la comunicación un cordial saludo, y les deseo que nuestro modo de comunicar en la Iglesia tenga siempre un claro estilo evangélico, un estilo que una la verdad y la misericordia.
Saludo a todos ustedes, fieles de Roma y a los peregrinos de Italia y de varios países. En particular a los fieles polacos de Varsovia, Lowicz y Ostroda; a la Filarmónica de Viena; al grupo irlandés ‘Amigos de Mons. O’Flaherty‘; a los estudiantes del colegio Corderius (Países Bajos); y a la Katholische Akademische Verbindung ‘Capitolina’. Saludo a los participantes a la Marcha por la Vida, a los amigos de la Obra Don Folci y del preseminario san Pio X, a los Scouts de Europa de Roma Oeste y Roma Sur, y a los numerosos confirmados de la diócesis de Génova. ¡Son ruidosos los genoveses!
Hoy en tantos países se celebra al fiesta de la madre, recordamos con gratitud y afecto a todas las mamás, las que que están hoy en la plaza, a nuestras mamás, a las que están entre nosotros o las que se fueron al cielo. Confiándolas a María la madre de Jesús, por todas ellas rezamos un Ave María: Ave María…
A todos les deseo un buen domingo y por favor no se olviden de rezar por mi. ‘Buon pranzo e arrivederci!’»
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Audiencia

5/4/2016

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“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Todos conocemos la imagen del Buen Pastor que carga sobre los hombros la oveja perdida. Desde siempre este símbolo representa la preocupación de Jesús hacia los pecadores y la misericordia de Dios que no se resigna a perder a nadie. La parábola es contada por Jesús para hacer comprender que su cercanía a los pecadores no debe escandalizar, sino al contrario, provocar en todos una serie reflexión sobre cómo vivimos nuestra fe. El pasaje ve por una parte a los pecadores que se acercan a Jesús para escucharlo y por otra a los doctores de la ley y los escribas que sospechaban y se alejan de Él por ese comportamiento suyo. Se alejan de Él porque Jesús se acercaba a los pecadores. Estos eran orgullosos, eran soberbios, se creían justos. 
 Nuestra parábola se desarrolla entorno a tres personajes: el pastor, la oveja perdida y el resto del rebaño. Pero quién actúa es solo el pastor, no las ovejas. Por tanto el pastor es el único verdadero protagonista y todo depende de él. Una pregunta introduce la parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?”. (v. 4).
Se trata de una paradoja que lleva a dudar de la actuación del pastor: ¿es sabio abandonar a las noventa y nueve por una sola oveja? ¿Y además dejándolas no seguras en un redil sino en el desierto? Según la tradición bíblica el desierto es lugar de muerte donde es difícil encontrar comida y agua, sin refugio y a merced de las fieras y los ladrones. ¿Qué pueden hacer las noventa y nueve ovejas indefensas? 
La paradoja por tanto continúa diciendo que el pastor, al encontrar la oveja, “la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: Alégrense conmigo”(v. 6). ¡Parece que el pastor no vuelva al desierto a recuperar a todo el rebaño! Ocupado con esa única oveja parece olvidarse de las otras noventa y nueve. Pero en realidad no es así. La enseñanza que Jesús quiere darnos es más bien que ninguna oveja puede quedarse perdida. El Señor no puede resignarse al hecho de que una sola persona pueda perderse. 
El actuar de Dios es de quien va a buscar a los hijos perdidos para después hacer fiesta y alegrarse con todos por haberlos encontrado. Se trata de un deseo irrefrenable: ni siquiera las noventa y nueve ovejas pueden parar al pastor y tenerlo encerrado en el redil. Él podría razonar: ‘Pero, hago un balance: tengo noventa y nueve, he perdido una, pero no es una gran pérdida’. No, él va a buscar a esa, porque cada una de ellas es muy importante para él y esa es la más necesitada, la más abandonada, la más descartada; es Él quien va a buscarla. 
Todos estamos avisados: la misericordia hacia los pecadores es el estilo con el que Dios actúa y a tal misericordia Él es absolutamente fiel: nada ni nadie podrá distraerlo de su voluntad de salvación.
Dios no conoce nuestra cultura actual del descarte, Dios no tiene nada que ver con esto. Dios no descarta a ninguna persona; Dios ama a todos, busca a todos… ¡Todos! Uno por uno. Él no conoce esta palabra ‘descartar a la gente’, porque es todo amor y misericordia. 
El rebaño del Señor está siempre en camino: no posee al Señor, no puede pretender encarcelarlo en nuestros esquemas y en nuestras estrategias. El pastor será encontrado allá donde está la oveja perdida. El Señor por tanto es buscado allí donde quiere encontrarnos, ¡no donde nosotros queremos encontrarlo! De ninguna otra manera se podrá recomponer el rebaño si no es siguiendo el camino marcado por la misericordia del pastor. Mientras busca a la oveja perdida, él provoca a las noventa y nueve para que participen en la reunificación del rebaño. Entonces no solo la oveja llevada a hombros, sino todo el rebaño seguirá al pastor hasta su casa para hacer fiesta con “amigos y conocidos”.
Debemos reflexionar a menudo sobre esta parábola, porque en la comunidad cristiana siempre hay alguien que falta y se ha ido dejando el puesto vacío. A veces esto es desalentador y nos lleva a creer que sea una pérdida inevitable, una enfermedad sin remedio. Es entonces cuando corremos el peligro de encerrarnos dentro de un redil, donde no habrá olor de ovejas, ¡sino olor a cerrado!
Y nosotros cristianos no tenemos que estar cerrados porque oleremos a cosas cerradas. ¡Nunca! Debemos salir y este cerrarse en sí mismo, en las pequeñas comunidades, en la parroquia, allí, …’Pero nosotros, los justos’… Esto sucede cuando falta el impulso misionero que nos lleva a encontrar a los otros. 
En la visión de Jesús no hay ovejas definitivamente perdidas, este debemos entenderlo bien: para Dios nadie está definitivamente perdido. ¡Nunca! Hasta el último momento, Dios nos busca. Pensemos en el buen ladrón. Pero solo en la visión de Jesús nadie está definitivamente perdido sino solo ovejas que son encontradas, ovejas que son encontradas. 
La perspectiva por tanto es dinámica, abierta, estimulante y creativa. Nos empuja a salir en búsqueda para emprender un camino de fraternidad. Ninguna distancia puede tener lejos al pastor; y ningún rebaño puede renunciar a un hermano. Encontrar a quien se ha perdido es la alegría del pastor y de Dios, ¡pero es también la alegría de todo el rebaño! Somos todos ovejas encontradas y recogidas por la misericordia del Señor, llamados a recoger juntos a Él y a todo el rebaño!
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Regina

5/1/2016

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“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de hoy nos lleva nuevamente al Cenáculo. Durante la Última Cena, antes de enfrentar a la pasión y la muerte en la cruz, Jesús promete a los apóstoles el don del Espíritu Santo, que tendrá la tarea de enseñar y de recordar sus palabras a la comunidad de los discípulos.
Lo dice el mismo Jesús: « El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho» (Jn 14,26). ). Enseñar y recordar. Y esto es lo que hace el Espíritu Santo en nuestros corazones.
En el momento en el que está por regresar al Padre, Jesús preanuncia la venida del Espíritu que ante todo enseñará a los discípulos a entender cada vez más plenamente el Evangelio, a recibirlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio.
Mientras está por confiar a los Apóstoles –que justamente quiere decir, enviados– la misión de llevar el anuncio del Evangelio por todo el mundo, Jesús promete que no se quedarán solos: el Espíritu Santo, el Paráclito, estará con ellos, a su lado, es más, estará en ellos, para defenderlos y sostenerlos.
Jesús regresa al Padre pero sigue acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo.
El segundo aspecto de la misión del Espíritu Santo consiste en el ayudar a los Apóstoles a recordar las palabras de Jesús.
El Espíritu tiene la tarea de despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús. El divino Maestro ha comunicado ya todo aquello que pretendía confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo encarnado, la revelación es completa.
El Espíritu hará recordar las enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para poderlas poner en práctica. Es precisamente lo que sucede todavía hoy en la Iglesia, guiada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que pueda llevar a todos el don de la salvación, o sea el amor y la misericordia de Dios.
Por ejemplo, cuando ustedes leen todos los días –como les he aconsejado– un pasaje del Evangelio, pedir al Espíritu Santo: “Que yo entienda y que yo recuerde estas palabras de Jesús”. Y después de leer el pasaje, todos los días… Pero antes hacer aquella oración al Espíritu, que está en nuestro corazón: “Que yo recuerde y que yo entienda”.
¡No estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros! Su nueva presencia en la historia ocurre mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado.
El Espíritu, difundido en nosotros con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa en nuestra vida. Él nos guía en la forma de pensar, de actuar, de distinguir qué cosa es buena y qué cosa es mala; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su darse a los demás, especialmente a los más necesitados.
¡No estamos solos! Y la señal de la presencia del Espíritu Santo es también la paz que Jesús dona a sus discípulos: «Les doy mi paz» (v. 27). Ella es diferente de aquella que los hombres se desean e intentan realizar.
La paz de Jesús brota de la victoria sobre el pecado, sobre el egoísmo que nos impide amarnos como hermanos. Es don de Dios y señal de su presencia. Cada discípulo, llamado hoy a seguir a Jesús cargando la cruz, recibe en sí la paz del Crucificado Resucitado en la certeza de su victoria y en la espera de su definitiva venida.
Que la Virgen María nos ayude a recibir con docilidad el Espíritu Santo como maestro interior y como memoria viva de Cristo en el camino cotidiano”.
El papa reza la oración del Regina Coeli y a continuación dice las siguientes palabras.
“Queridos hermanos y hermanas, mi cordial saludo va a nuestros hermanos de las Iglesias de Oriente que celebran hoy la Pascua. El Señor resucitado les dé a todos, los dones de su luz y de su paz. Christos anesti! 
Recibo con profundo dolor las dramáticas noticias que provienen de Siria, sobre la espiral de violencia que sigue agravando la ya desesperada situación humanitaria del país, en particular en la ciudad de Alepo, y a producir víctimas inocentes, incluso entre los niños, enfermos y quienes con gran sacrificio se empeñan a dar ayuda al prójimo. 
Exhorto a todas las partes involucradas en el conflicto a respetar el cese de las hostilidades y a reforzar el diálogo en curso, el único camino que conduce a la paz. 
Se abre mañana en Roma la conferencia internacional sobre el tema “El desarrollo sostenible y las formas más vulnerables de trabajo”. Deseo que el evento pueda sensibilizar las autoridades, las instituciones políticas y económicas y la sociedad civil, para que se promueva un modelo de desarrollo que tenga en cuenta la dignidad humana en el pleno respeto de las normas sobre el trabajo y el ambiente. 
Saludo a los peregrinos provenientes de Italia y de otros países, en particular saludo a los fieles de Madrid, Barcelona y Varsovia, como también a la comunidad Abraham, empeñada en proyectos de evangelización en Europa; a los peregrinos de Olgiate y Comasco, Bagnolo Mella y a quienes han recibido la Confirmación en Castelli Calepio.
Saludo a la Asociación ‘Meter’, que desde hace tantos años lucha contra toda forma de abuso contra los menores. Esta es una tragedia. No debemos tolerar los abusos contra los menores. Tenemos que defender a los menores y castigar severamente a los abusadores. ¡Gracias por vuestro empeño y sigan con coraje en esta labor!
Y a todos les deseo que tengan un buen domingo y por favor no se olvide de rezar por mi. ‘Buon pranzo’ y ‘arrivederici'”
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    Audiencia y Angelus

      

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