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Angelus

6/25/2017

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Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de hoy  (cf. Mt 10, 26-33), después de haber llamado y enviado a sus discípulos en misión, el Señor les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que ellos encontrarán.
Partir en misión, no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: “encontraréis persecuciones”. Les exhorta así: “No tengáis miedo de los hombres, porque no hay nada oculto que no será revelado… Lo que os digo en las tinieblas decídlo vosotros a la luz… y no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, porque no tienen el poder de matar el alma” (vv. 26-28). Ellos pueden matar el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma: no tengáis miedo de ellos.
El envío en misión por Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, lo mismo que no les pone al abrigo de los fracasos ni de los sufrimientos. Tienen que tener en cuenta la posibilidad de rechazo lo mismo que de la persecución. Esto da un poco de miedo, pero es la verdad. El discípulo está llamado a conformar su vida a la de Cristo que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en cruz. No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de la evangelización, y estamos llamados a encontrar la ocasión de verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad de ser todavía más misioneros y de crecer en esta confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos a la hora de la tempestad.
En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados jamás, sino asistidos siempre por la solícita atención del Padre.Por eso en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza a sus discípulos por tres veces diciendo: “No temáis “!
En nuestros días también, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabamos a Dios, porque a pesar de esto continúan dando testimonio de su fe con valentía y con fidelidad.
Que su ejemplo nos ayude a no dudar a tomar posición por Cristo, dando testimonio con valentía en las situaciones de cada día incluso en el contexto de aparente tranquilidad.
La ausencia de hostilidad o de tribulaciones puede ser una forma de prueba. El Señor nos envía también en nuestra época no solamente como “ovejas en medio de lobos” sino como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada de su torpeza mundana, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos o si vivimos en estos contextos  y si decimos Palabras del Evangelio, esto molesta y nos miran de reojo.
Pero en todo esto, el Señor sigue diciéndonos, como les decía a sus discípulos en su tiempo: “No tengáis miedo”! No olvidemos esta palabra: cuando estamos atribulados por algo, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchemos siempre la voz de Jesús en nuestro corazón: “No tengas miedo! No tengas miedo, avanza! Yo estoy contigo!”
No tengáis miedo a que os ridiculicen y os maltraten, y no tengáis miedo de que os ignoren o “delante” os honoren pero “detrás” combaten el Evangelio. Hay tantos que, delante, nos sonríen y detrás combaten el Evangelio. Conocemos todos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él. Por eso él no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y él nos acompaña.
Que la Virgen María, modelo de adhesión humilde y valiente a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.
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Audiencia

6/21/2017

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«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El día de nuestro bautismo, ha resonado para nosotros la invocación a los santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.
Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, nos regalaron la presencia de los hermanos y hermanas ‘mayores’, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios.
La Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de testigos”. Así son los santos: una multitud de testimonios. Los cristianos en el combate contra el mal, no se desesperan. El cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer.
La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “nos han precedido con el signo de la fe”, (Canon Romano).
Su existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que todavía viven aquí abajo.
La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos –en esta ocasión como pareja– la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten hacia el ‘viaje’ de la vida conyugal.
Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir ‘para siempre’, pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen: ‘hasta el dura el amor’. No: para siempre. Contrariamente es mejor no casarse. O para siempre o nada.
Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero. Así dice el libro del Apocalipsis.
Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros.
Esto es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca un santo o una santa, es justamente porque está cerca de nosotros.
También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos. Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
¿Y qué somos nosotros?, somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.
Pero alguien podría preguntarme:
— ‘¿Padre, se puede ser santos en la vida de todos los días?’
— Sí se puede.
— ‘¿Esto significa que tenemos que rezar durante todo el día?’.
– No, significa que uno tiene que hacer su deber todo el día, rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos.
Pero hay que hacer todo esto con el corazón abierto hacia Dios, de manera que en el trabajo, en la enfermedad y en el sufrimiento, y también en las dificultades, estar abiertos a Dios. Y así uno puede volverse santo. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.
¡No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que santos! No. Se puede ser santos porque nos ayuda el Señor y es Él quien nos ayuda. Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo.
Que el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita ‘místicos’. Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.
Por esto les deseo a ustedes –y lo deseo también para mi– que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Gracias»
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Angelus

6/18/2017

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«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el “Pan de vida” (cf. 6,51-58). Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. […] El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne.
De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.
Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.
Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio ‘yo’. De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.
Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».
El Sucesor de Pedro reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas:
Pasado mañana se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida por Naciones Unidas. El tema de este año es “Con los refugiados. Hoy más que nunca debemos estar del lado de los refugiados”.
El foco concreto de esta Jornada se centrará en las mujeres, hombres y niños que huyen de conflictos, violencia y persecución. Recordamos también con la oración a todos aquellos que han perdido la vida en el mar o en los agotadores viajes por tierra.
Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en oportunidades de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento recíproco. De hecho, el encuentro personal con los refugiados disipa los temores y las ideologías distorsionadas, convirtiéndose en factor de crecimiento en humanidad, capaz de despejar espacio a los sentimientos de apertura y a la ‘construcción de puentes’.
Expreso mi cercanía al querido pueblo portugués por el devastador incendio que está arrasando los bosques, alrededor de Pedrógão Grande, causando numerosas víctimas y heridos. Recemos en silencio.
Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos; en particular a los que proceden de las Islas Seychelles, de Sevilla en España, y de Umuarama y Toledo en Brasil. Asimismo saludo a los fieles de Nápoles, Arzano y Santa Catalina de Pedara.
Dirijo también un saludo especial a la destacada representación de la República Centroafricana y de las Naciones Unidas, que en estos días se encuentra en Roma con motivo de una reunión organizada por la Comunidad de San Egidio.
Llevo en mi corazón la visita que realicé a este país en noviembre de 2015 y deseo que, con la ayuda de Dios y de la buena voluntad de todos, sea plenamente relanzado y reforzado el proceso de paz, condición necesaria para el desarrollo.
Esta tarde, en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán, celebraré la Santa Misa, seguida de una procesión con el Santísimo Sacramento, hasta la Basílica de Santa María la Mayor. Animo a todos a participar, incluso espiritualmente, (pienso en particular en las comunidad de clausura, en los enfermos y en los presidiarios). Para esto ayuda también la radio y la televisión.
Y el próximo martes iré en peregrinación a Bozzolo y Barbiana, para rendir homenaje a Don Primo Mazzolari y Don Lorenzo Milani, dos sacerdotes que nos ofrecen un mensaje del cual hoy ¡tenemos tanta necesidad! Una vez más doy las gracias a todos aquellos, principalmente sacerdotes, que me acompañarán con sus oraciones.
Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí».
Y concluyó con la frase: «¡Buon pranzo e arrivederci!»
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Audiencia

6/14/2017

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«¡Queridos hermanos y hermanas , buenos días!
Hoy hacemos esta Audiencia en dos lugares, unidos a través de las pantallas gigantes: los enfermos están en el Aula Pablo VI para que no sufran tanto el calor y nosotros aquí. Pero todos juntos. Y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. Saludemos a los que están en el Aula…
Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una de las más feas esclavitudes en la que podemos caer es la de creer que el amor se merece. Seguramente gran parte de la angustia del hombre contemporáneo viene de esto: creer que si no somos fuertes, atrayentes y bellos, nadie se ocupará de nosotros.
¿Es la vía de la “meritocracia” no? Tantas personas hoy día buscan una visibilidad sólo para colmar el vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de ser confirmados. Pero ¿imagínense un mundo donde todos mendiguen la atención de los demás, y nadie esté dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imagínense un mundo así…un mundo sin la gratuidad del quererse bien….Parece un mundo humano, pero en realidad está enfermo.
Tantos narcisismos del ser humano, nacen de un sentimiento de soledad. Y también de orfandad. Detrás de tantos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿Es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre; o lo que es lo mismo, no merezca ser amado? Porque el amor siempre te llama por tu nombre.
Cuando es un adolescente quien no es o no se siente amado; entonces puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo, se esconde con frecuencia un corazón que no ha sido reconocido.
No existen los niños malos, como tampoco existen los adolescentes del todo malvados, existen personas infelices. ¿Y qué nos puede hacer felices más que la experiencia de dar y recibir amor? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos, nos arranca una primera sonrisa, y en la sonrisa que ofrecemos gratuitamente a quien está encerrado en la tristeza. Y así es cómo abrimos el camino. Intercambio de miradas: mirarse a los ojos….y así se abren las puertas del corazón.
El primer paso que Dios realiza en nosotros, es un amor que nos anticipa de manera incondicional. Dios siempre ama primero. Dios no nos ama porque nosotros tememos motivos que despierten su amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse.
Dios no vincula su benevolencia a nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: “Dios demuestra su amor hacia nosotros, en el hecho de que aunque éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5,8).
Mientras aún éramos pecadores. Un amor incondicional. Estábamos lejos, como el hijo pródigo de la parábola: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió, tuvo compasión….” (Lc 15,20). Por amor hacia nosotros, Dios realizó un éxodo de sí mismo, para venir a nuestro encuentro, en esta tierra, dónde insensato que Él transitara. Dios nos amaba aun cuando estábamos equivocados.
¿Quién de nosotros ama de esta manera, a no ser quien es madre o padre? Una madre sigue amando a su hijo aunque éste hijo esté en la cárcel. Yo recuerdo tantas madres, haciendo la fila para entrar en la cárcel, en la primera diócesis dónde estuve: tantas madres. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo.
Y sufrían tantas humillaciones en la antesala, antes de entrar, pero “es hijo mío”. “¡Pero señora, su hijo es un delincuente! – “Es hijo mío”- Sólo este amor de madre y de padre, nos hace comprender cómo es el amor de Dios.
Una madre, no pide que no se aplique la justicia de los hombres, porque todo error necesita redimirse, pero una madre nunca deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama a pesar de saber que es pecador.
Dios hace lo mismo con nosotros: somos sus hijos amados. ¿Pero puede ser que Dios tenga algún hijo al que no ame? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, lo único es la benévola palabra de Dios, que ha sacado nuestra existencia de la nada. La verdad de todo está en esa relación de amor que une al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la cual, nosotros somos recibidos mediante la gracia.
En Él, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Es Él quien ha impreso en nosotros una belleza primordial que ningún pecado, ninguna decisión equivocada podrá nunca borrar enteramente.
Nosotros, ante los ojos de Dios, somos siempre pequeños manantiales hechos para salpicar el agua buena. Lo dijo Jesús a la samaritana: “ El agua que yo te daré, se hará en ti una corriente de agua, de la que fluye la vida eterna”. (Jn. 4,14)
Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? (responden ‘el amor’) ¡Más fuerte! (‘¡el amor!’)
¡Muy despiertos!, muy despiertos, ¡todos están muy despiertos! ¿Y cómo hacemos sentir a una persona que la amamos? Hace falta sobretodo abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste.
El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para si mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Así que es tiempo de Resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres de la desesperanza, sobre todo a aquellos que yacen en el sepulcro mucho más que tres días.
Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Haz que germine aquí, el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios Padre que nos ama como somos: nos ama siempre, a todos. Buenos y malos. ¿De acuerdo? ¡Gracias!»
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Angelus

6/11/2017

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Queridos hermanos y hermanas buenos días!
Las lecturas bíblicas de este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, nos ayudan a entrar en el misterio de la identidad de Dios.
La segunda lectura presenta los deseos que San Pablo dirige a la comunidad de Corinto: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Co 13, 13).
Esta “bendición” del apóstol es el fruto de su experiencia personal del amor de Dios, este amor que Cristo resucitado le ha revelado, quien ha transformado su vida y le ha “impulsado” a llevar el Evangelio a los gentiles.
A partir de esta experiencia de gracia, Pablo puede exhortar a los cristianos por estas palabras: “Estad alegres, tended a la perfección, animaos mutuamente (…) vivid en paz (v. 11). La comunidad cristiana, a pesar de todas las limitaciones humanas, puede convertirse en un reflejo de la comunión de la Trinidad, de su bondad y de su belleza. Pero esto, como el mismo Pablo dice, pasa necesariamente por la experiencia de la misericordia de Dios, de su perdón.
Es lo que les pasa a los judíos en el camino del Éxodo. Cuando el pueblo rompió la Alianza, Dios se presentó a Moisés en la nube para renovar el pacto, proclamando su nombre y su significado: “El Señor, Dios misericordioso y de compasión, lento a la cólera y rico en amor y en fidelidad” (Ex 34,6). Este nombre expresa que Dios no está lejos ni cerrado en sí mismo, sino que él es Vida y quiere comunicarse, que es apertura, que es Amor que rescata al hombre de su infidelidad, porque él se ofrece a nosotros para colmar nuestras limitaciones y nuestras faltas, para perdonar nuestros errores, para devolvernos al camino de la justicia y de la verdad. Esta revelación de Dios ha llegado a su cumplimiento en el Nuevo Testamento gracias a la palabra de Cristo y a su misión de salvación. Jesús nos ha manifestado el rostro de Dios, Uno en la sustancia y Trino en las personas. Dios es enteramente y únicamente amor, en una relación subsistente que crea, rescata y santifica toda cosa: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Evangelio de hoy “pone en escena” a Nicodemo, que, aun ocupando un puesto importante en la comunidad religiosa y civil de la época, no ha cesado de buscar a Dios. Y he aquí que ha percibido el eco de la voz de aquel en Jesús. A lo largo de su diálogo nocturno con el Nazareno, Nicodemo comprende finalmente que él ha sido buscado por Dios, que es amado personalmente.
Dios siempre es el primero en buscarnos, el primero en esperarnos, el primero en amarnos. Es como la flor del almendro, dice el profeta: es la primera en florecer” (cfr. Jer 1, 11-12)
Jesús en efecto le habla así: ”Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su único Hijo, para que aquél que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Qué es esta vida eterna? Es el amor desmesurado y gratuito del Padre que Jesús ha dado en la cruz, ofreciendo su vida por nuestra salvación. Este amor por la acción del espíritu Santo, ha hecho resplandecer una luz nueva sobre la tierra y en todo corazón humano que le acoge, una luz que revela los ángulos sombríos, las durezas que nos impiden llevar los buenos frutos de la caridad y de la misericordia.
Que la Virgen María nos ayude a entrar siempre cada vez más, con todo nuestro ser, en la comunión trinitaria, para vivir y testimoniar del amor que da sentido a nuestra existencia.
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Audiencia

6/7/2017

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo orante. El Señor rezaba.
Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se sumerge en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a rezar. (Cfr. Lc 11,1).
Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).
Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión ‘nos atrevemos a decir’.
De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido.
Seremos llevados a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como Padre, nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él.
Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia.
Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, ‘salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí’. (Mc 16,8).
Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: ‘No tengan miedo’. Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa.
Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola.
Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrío del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.
¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos! Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: ‘Abbà’.
En dos ocasiones san Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, ‘abbà’, un término todavía más íntimo respecto a ‘padre’, y que alguno traduce ‘papá’, ‘papito’.
Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”. ¡Es Él quien no puede estar sin nosotros y este es un gran misterio!
Esta certeza es el manantial de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza.
Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio está un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona. Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades: pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también al Padre, a nuestro Padre que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos con confianza y esperanza recemos: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”.
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Regina Coeli

6/4/2017

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Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, fiesta de Pentecostés, ha sido publicado mi mensaje para la próxima Jornada misionera mundial, que se celebra cada año en el mes de octubre. El tema es: la misión en el corazón de la fe cristiana. Que el Espíritu Santo sostenga la misión de la Iglesia en el mundo entero y de fuerza a todos los misioneros del Evangelio. Que el Espíritu de la paz al mundo entero; que cure las flagelaciones de la guerra y del terrorismo, que esta noche todavía, en Londres, ha golpeado a civiles inocentes: oremos por las víctimas y sus familias.
Os saludo a todos, peregrinos provenientes de Italia y de numerosas partes del mundo, que habéis participado en esta celebración. En particular a los grupos de la Renovación carismática católica, que celebra el 50º aniversario de su fundación, y también a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas que se unen a nuestra oración. Saludo a las Hijas de María Auxiliadora de los países latinoamericanos.
Saludo y doy gracias al coro y a la orquesta de los niños de Carpi, que han interpretado algunos cantos durante esta Santa Misa, en colaboración con la Capilla Sixtina.
Invoquemos ahora la intercesión materna de la Virgen María. Que ella nos obtenga la gracia de ser fuertemente animados del Espíritu Santo, para dar testimonio de Cristo con la franqueza evángelica.
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    Audiencia y Angelus

      

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