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Angelus

11/22/2015

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que “no es de este mundo”. Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, pero es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir, la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosamente pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se sostienen con prepotencias, rivalidades, opresiones; el reino de Cristo es un “reino de justicia, de amor y de paz”.
Jesús se ha revelado rey, ¿cuándo? ¡En el evento de la Cruz! Quien mira a la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Pero alguno de vosotros puede decir: “Pero padre, ¡esto ha sido un fracaso!” Es precisamente en el fracaso del pecado, que el pecado es un fracaso. En el fracaso de las ambiciones humanas, ahí está el triunfo de la Cruz, está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz, se ve el amor. Y este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se muestra como el cumplimiento de una vida gastada en la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los transeúntes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la Cruz, y le lanzan el desafío: “¡Sálvate a ti mismo bajando de la Cruz! ¡Sálvate a ti mismo!”. Pero paradójicamente la verdad de Jesús es precisamente aquella que en tono de ironía le lanzan sus adversarios: “¡No puede salvarse a sí mismo!”. Si Jesús hubiera bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvarse a sí mismo precisamente para poder salvar a los demás, porque precisamente ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. Pero decir: “Jesús ha dado su vida por el mundo”, es verdad. Pero es más hermoso decir: “¡Jesús ha dado su vida por mí!” Y hoy, en la Plaza, cada uno de nosotros diga en su corazón: “Ha dado su vida por mí, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados”.
Y esto, ¿quién lo ha entendido? Lo ha entendido bien uno de los dos malhechores que son crucificados con Él, llamado el “buen ladrón”, que Le suplica: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Pero este era un malhechor, era un corrupto, y estaba precisamente allí, condenado a muerte por todas las brutalidades que había cometido en su vida... Pero ha visto en el comportamiento de Jesús, en la mansedumbre de Jesús, el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo, el amor. Por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino que nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón. Miremos la Cruz de Jesús, miremos al “buen ladrón”, y digamos todos juntos lo que ha dicho el “buen ladrón”: “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino”. Juntos: “Jesús, acuérdate de mí cuando hayas entrado en tu Reino”. Y pedir a Jesús cuando nos sintamos débiles, pecadores, derrotados, que nos mire y decir: “Pero, Tú estas ahí. No te olvides de mí”.
Frente a tantas laceraciones en el mundo y demasiadas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, de comprensión y de misericordia.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Papa recordó la beatificación de veintiséis mártires capuchinos, una ceremonia que tuvo lugar este sábado en la catedral de la Ciudad Condal:
Ayer, en Barcelona, han sido proclamados beatos Federico de Berga y veinticinco compañeros mártires, asesinados en España durante la feroz persecución contra la Iglesia en el siglo pasado. Se trata de sacerdotes, jóvenes profesos en espera de la ordenación y hermanos laicos pertenecientes al Orden de los Frailes Menores Capuchinos. Encomendemos a su intercesión a muchos de nuestros hermanos y hermanas que lamentablemente también hoy, en diferentes partes del mundo, son perseguidos a causa de la fe en Cristo.
A continuación, llegó el turno de los saludos que realiza tradicionalmente el Pontífice:
Saludos a todos los peregrinos, llegados de Italia y de diferentes países: las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los de México, de Australia y de Paderborn (Alemania). Saludo a los fieles de Avola, Mestre, Foggia, Pozzallo, Campagna y de la Val di Non; así como a los grupos musicales, que he escuchado, y que festejan a santa Cecilia, patrona del canto y de la música. Después del Ángelus, que os oigan, porque tocáis bien.
Además, el Santo Padre se refirió a su inminente viaje apostólico al continente africano:
El próximo miércoles inicio el viaje a África, visitando Kenia, Uganda y la República Centroafricana. Os pido a todos que recéis por este viaje, para que sea para todos estos queridos hermanos, y también para mí, un signo de cercanía y de amor. Pidamos juntos a la Virgen que bendiga a estas queridas tierras, para que allí haya paz y prosperidad.
Y acto seguido, Francisco rezó un Ave María en italiano.
El Obispo de Roma concluyó su intervención diciendo:
Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto! Y a los músicos, ¡que os oigan!
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Audiencia

11/19/2015

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"Queridos hermanos y hermanas, buenos días
Con esta reflexión hemos llegado a la puertas del Jubileo, ¡está cerca! Delante de nosotros se encuentra la gran puerta de la Misericordia de Dios, una bonita puerta, que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón. La puerta está generalmente abierta, pero nosotros debemos cruzar el umbral con valentía, cada uno de nosotros tiene detrás de sí cosas que pesan ¿o no? Todos somos pecadores, aprovechemos este momento que viene y crucemos el umbral de esta misericordia de Dios que nunca se cansa de perdonar, ¡entremos por esta puerta con valentía!
Del Sínodo de los obispos, que hemos celebrado el pasado mes de octubre, todas las familias, y toda la Iglesia, han recibido un gran estímulo para encontrarse en el umbral de esta puerta.
La Iglesia ha sido animada a abrir sus puertas, para salir con el Señor al encuentro de los hijos y las hijas en camino, a veces incierto, a veces perdidos, en estos tiempos difíciles. Las familias cristianas, en particular, han sido animadas a abrir la puerta al Señor que espera para entrar, llevando su bendición y su amistad. Y si la puerta Misericordia de Dios está siempre abierta, también las puertas de nuestras instituciones debe estar siempre abiertas para que así todos puedan salir a llevar la misericordia de Dios, esto significa el Jubileo, dejar entrar y salir al Señor. El Señor no fuerza nunca la puerta: también Él pide permiso para entrar, pide permiso, no fuerza la puerta, como dice el Libro del Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo --imaginemos al Señor que llama a la puerta de nuestros corazón--. Si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”  (3,20). Y en la última gran visión de este Libro, así se profetiza de la Ciudad de Dios: “Sus puertas no se cerrarán durante el día”, lo que significa para siempre, porque “no existirá la noche en ella” (21, 25). Hay sitios en el mundo en los que no se cierran las puertas con llave. Todavía los hay, pero hay muchos donde las puertas blindadas son normales. No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema que, también de seguridad, a toda  nuestra vida, a la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y tampoco a la vida de la Iglesia. ¡Sería terrible! Una Iglesia que no es hospital, así como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita al mundo. ¡Nada de puertas blindadas en la Iglesia, nada, todo abierto!
La gestión simbólica de las “puertas” --de los umbrales, de los caminos, de las fronteras-- se ha hecho crucial. La puerta debe custodiar, cierto, pero rechazar. La puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión. La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera hay alguien que espera, y tal vez no tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar. ¡Cuánta gente ha perdido la confianza, no tiene la valentía de llamar a la puerta de nuestro corazón cristiano, las puertas de nuestras iglesias, que están ahí! No tienen la valentía, les hemos quitado la confianza. Por favor, que esto no sucede nunca.
La puerta dice muchas cosas de la casa, y también de la Iglesia. La gestión de la puerta necesita atento discernimiento y, al mismo tiempo, debe inspirar gran confianza. Quisiera expresar una palabra de agradecimiento para todos los vigilantes de las puertas: de nuestros edificios, de las instituciones cívicas, de las mismas iglesias. Muchas veces la sagacidad y la gentileza de la recepción son capaces de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida de la entera casa, ya desde la entrada. ¡Hay que aprender de estos hombres y mujeres, que son los guardianes de los lugares de encuentro y de acogida de ciudad del hombre!
A todos vosotros, custodios de tantas puertas, sean puertas de casas o puertas de iglesias, muchas gracias. Siempre con una sonrisa. siempre mostrando la acogida de esa casa, de esa iglesia, así la gente se siente feliz y acogida en ese lugar.
En verdad, sabemos bien que nosotros mismos somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios, y la puerta de Dios, ¿cómo se llama? ¿Quién sabe decirlo? ¿Quién es la puerta de Dios? Jesús. ¿Quién es la puerta de Dios? ¡Fuerte! Jesús. Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: “Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento” (Jn 10, 9).
Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un amparo, no una prisión! La casa de Dios es un amparo, no es una prisión. Y la puerta ¿se llama? ¡Otra vez! ¿Cómo se llama? Jesús.  Y si la puerta está cerrada decimos, ‘Señor abre la puerta’. Jesús es la puerta. Jesús es la puerta y nos hace entrar y salir.
Son los ladrones los que tratan de evitar la puerta. Es curioso, los ladrones tratan siempre de entrar por otra parte, la ventana, el techo, pero evitan la puerta porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas.
Nosotros debemos pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si sentimos su tono de voz, estamos seguros, somos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro. En este hermoso discurso de Jesús, se habla también del guardián, que tiene la tarea de abrir al buen Pastor (Cfr. Jn 10,2).
Si el guardián escucha la voz del Pastor, entonces abre, y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae, todas, incluso aquellas perdidas en el bosque, que el buen Pastor ha ido a buscarlas. A las ovejas no las elige el guardián, no las elige el secretario parroquial, o la secretaria de la parroquia, no, no las elige. Las ovejas son todas invitadas. Son elegidas por el buen Pastor.  El guardián --también él-- obedece a la voz del Pastor. Entonces, podemos bien decir que nosotros debemos ser como este guardián. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, la Iglesia es la portera, no es la dueña de la casa del Señor.
La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa.
Con este espíritu estamos cerca, estamos todos cerca del Jubileo. Estará la Puerta Santa, pero está también la puerta de la gran Misericordia de Dios, y que exista también la puerta de nuestro corazón para recibir a todos, tanto para recibir el perdón de Dios como dar nuestro perdón y acoger a todos los que llaman a nuestra puerta".
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Angelus

11/16/2015

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“Queridos hermanos y hermanas.
El evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico nos propone una parte de las palabras de Jesús sobre los eventos últimos de la historia humana, orientada hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.
Es la prédica que Jesús hizo en Jerusalén antes de su última pascua. Eso contiene algunos elementos apocalípticos, como las guerras, carestías, catástrofes cósmicas. “El sol se oscurecerá, la luna no dará más su luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en el cielo serán trastornadas”.
Entretanto estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central entorno al cual giran las palabras de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su retorno al final de los tiempos. Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado.
Yo quisiera preguntarles ¿cuántos piensan sobre ésto?: 'Habrá un día que yo encontraré cara a cara al Señor'. Y esta es nuestra meta, nuestro encuentro.
Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, sino que vamos a encontrar a una persona: Jesús. Por lo tanto el problema no es 'cuando' sucederán los signos premonitores de los últimos tiempos, sino que nos encuentre preparados. Y no se trata tampoco de saber 'cómo' sucederán estas cosas, sino 'cómo' tenemos que comportarnos, hoy en la espera de éstos.
Estamos llamados a vivir el presente construyendo nuestro nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola del higo que florece, como signo del verano que se acerca, dice que la perspectiva del final no nos distrae de la vida presente, sino que nos hace mirar hacia nuestros días actuales con una óptica de esperanza.
Esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene “con gran potencia y gloria, y que esto manifiesta su amor crucificado y transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos será el triunfo de la cruz, la demostración que el sacrificio de sí mismos por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es la única potencia victoriosa, el único punto firme en medio de los trastornos del mundo.
El Señor Jesús no es solo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino una presencia constante en nuestra vida: por ello cuando se habla del futuro, y nos proyectamos hacia ese, es siempre para reconducirnos al presente.
Él se opone a los falsos profetas, contra los videntes que prevén cercano el fin del mundo, contra el fatalismo. Èl está a nuestro lado, camina con nosotros, nos quiere mucho.
Quiere sustraer a sus discípulos de todas las épocas, de la curiosidad por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra su atención sobre el hoy de la historia.
Me gustaría preguntarles, pero no respondan, o cada uno responda interiormente: ¿Cuántos entre nosotros leen el horóscopo del día? Cada uno se responda y cuando tengan ganas de leer el horóscopo, mire a Jesús que está con nosotros. Es mejor, nos hará mejor.
Esta presencia de Jesús nos llama, esto sí, a la espera y a la vigilancia que excluyen sea la impaciencia que de la modorra, dea del escaparse hacia adelante o quedarse prisioneros del tiempo actual y de la mundanidad.
También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco las adversidades y dificultades de todo tipo. Todo pasa, nos recuerda el Señor, solamente su palabra queda como luz que mira y alivia nuestros pasos. Nos perdona siempre porque está a nuestro lado, sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. La Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el fundamento firme de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor".
(El Papa reza el ángelus junto a los presentes)
El atentado de París
"Queridos hermanos y hermanas, deseo expresar mi profundo dolor por los ataques terroristas que en la noche del viernes ensangrentaron Francia, causando numerosas víctimas.
Al presidente de la República de Francia y a todos sus ciudadanos expreso mi más profundo dolor. Estoy particularmente cercano a los familiares de los que han perdido la vida y a los heridos.
Tanta barbarie nos deja consternados y nos pide cómo pueda el corazón del hombre idear y realizar eventos tan horribles, que han trastornado no solamente Francia, pero a todo el mundo.
Delante de tales actos intolerables no se puede dejar de condenar la incalificable afrenta a la dignidad de la persona humana.
Quiero reafirmar con vigor que el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad. Y que "utilizar el nombre de Dios para justificar este camino es una blasfemia".
Les invito a unirse a mi oración y confiemos a la misericordia de Dios las víctimas inermes de esta tragedia. La Virgen María, Madre de misericordia, suscite en los corazones de todos, pensamientos de sabiduría y propósitos de paz.
A Ella le pedimos que nos proteja y vele por la querida nación francesa, la primera hija de la Iglesia, por Europa y por el mundo entero.
Recemos un poco en silencio y después, un Ave María. (instantes de silencio) Ave María..."


Beatificación de un sacerdote brasileño de origen africano
"Ayer en Tres Puntas, en el Estado de Minas Gerais, en Brasil, ha sido proclamado beato don Francisco de Paula Víctor, sacerdote brasileño de origen africano, hijo de una esclava. Párroco generoso y esmerado en la catequesis y en la administración de los sacramentos, se distinguió especialmente por su gran humildad.
Pueda su extraordinario testimonio ser modelo para tantos sacerdotes, llamados a ser humildes servidores del pueblo de Dios".


Saludos finales:
"Saludo a todos los presentes, familias, parroquias, asociaciones y a cada uno de los fieles que han venido desde Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los peregrinos provenientes de Granada, Málaga, Valencia y Murcia (España). ¡Cuántos españoles!, San Salvador y Malta. A la asociación 'Accompagnatori Santuari Mariani nel Mondo' y al instituto secular 'Cristo Re'.
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo e arrivederci'".
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