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Audiencia

12/28/2016

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“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
San Pablo, en la Carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abraham, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza.
De él el apóstol escribe: «Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones» (Rom 4,18); “esperando contra toda esperanza”: Este concepto es fuerte ¿no?: aún cuando no hay esperanza yo espero. Es así nuestro padre Abrahán. San Pablo se está refiriendo a la fe con la cual Abrahán creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo.
Pero era verdaderamente una confianza “contra toda esperanza”, porque era tan imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, ya que él era anciano – tenia casi cien años – y su mujer era estéril. No lo había logrado.
Pero lo ha dicho Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: y él cree. Confiando en esta promesa, Abraham se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en este hijo “imposible” que Dios habría debido donarle no obstante que el vientre de Sara estaba como muerto.
Abraham cree, su fe se abre a una esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, nos vuelve capaces de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para ir en la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abraham de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha dejado su casa, su tierra y sus amigos… todo. Y ha partido y ha llegado al país que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se necesitaban meses, años.
El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre de Sara permanece cerrado en su esterilidad. Y Abraham, no digo que pierde la paciencia, sino se queja ante el Señor. También esto aprendemos de nuestro padre Abraham: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces cuando confieso yo escucho: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es Padre”. Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno.
Abraham se queja ante el Señor y dice así: «Señor, respondió Abraham, […] yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”.
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó nuevamente en el Señor, que lo tuvo en cuenta como justicia» (Gen 15,2-6).
La escena se desarrolla de noche, afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abraham esta la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredando todo.
Abraham se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abraham se siente solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?
Y este reclamo suyo es entretanto una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abrahán continúa creyendo en Dios y esperando en algo que todavía podría suceder.
Contrariamente ¿para qué interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas? La fe no es solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. La fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin piadosas apariencias.
“Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y aceptar las contradicciones. Abraham por lo tanto en la fe, se dirige a Dios para que lo ayude a continuar esperando.
Es curioso, no pide un hijo. Pide: “Ayúdame a seguir esperando”, la oración para tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el heredero, sino un hijo, nacido de Abraham, generado por él.
Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece puntos de apoyo a Abrahán, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar en la palabra del Señor y continuar esperando.
Y aquel signo que Dios dona a Abraham es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es todavía una promesa, hay todavía algo que esperar para el futuro. Dios lleva a Abraham afuera de la tienda, en realidad (fuera) de sus visiones restringidas, y le muestra las estrellas.
Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abraham tienen que convertirse en el signo de la fidelidad de Dios. Es esta la fe, este el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debe recorrer.
Si también a nosotros nos queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar en Dios. No hay nada más bello. La esperanza no defrauda. Gracias.
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Audiencia

12/21/2016

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“¡Queridos hermanos y hermanas!, hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apto para el tiempo de Adviento. A guiarnos ha sido hasta ahora el profeta Isaías.
Hoy, cuando faltan pocos días para la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios.
El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1).
En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.
Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios
Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él: Dios camina con nosotros en Jesús, caminar con Él hacia la plenitud de la vida, nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de exigir esfuerzo.
Esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera. La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso.
San Pablo resume todo esto con la expresión: “En la esperanza hemos sido salvados” (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados.
Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo sino con Jesús. Una buena pregunta para hacernos.
En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.
Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel.
Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.
Después miramos a María, Madre de la esperanza. Con su ‘sí’ abrió a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra.
Aquella que durante nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a toda la humanidad.
Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado llamarle así, ‘Jesús’.
En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. ¡Por esto es importante mirar el pesebre! Detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.
Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38).
En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios.
Pero hagamos entrar esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios. Nos salva porque es fuerte y nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad.
Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).
Y justamente el coro de los ángeles anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: ‘¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él’ (Lc 2,14).
La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada ‘sí’ a Jesús que viene es un germen de esperanza.
Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: ‘Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme’. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!”.
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Audiencia

12/14/2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos estamos acercando a la Navidad, y el profeta Isaías una vez más nos ayuda a abrirnos a la esperanza acogiendo la Buena Noticia de la venida de la salvación. El capítulo 52 de Isaías empieza con la invitación dirigida a Jerusalén para que se despierte, se sacuda el polvo y las cadenas y se ponga los vestidos más bonitos, porque el Señor ha venido a liberar a su pueblo (vv. 1-3). Y añade: «Por eso mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice: «¡Aquí estoy!» (v. 6).
A este “aquí estoy” dicho por Dios, que resume toda su voluntad de salvación, responde el canto de alegría de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es el final del exilio de Babilonia, es la posibilidad para Israel de encontrar a Dios y, en la fe, de encontrarse a sí mismo. El Señor se hace cercano, y el “pequeño resto”, que en exilio ha resistido en la fe, que ha atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando también en medio de la oscuridad, ese “pequeño resto” podrá ver las maravillas de Dios. 
A este punto el profeta introduce un canto de júbilo. «Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!». […] Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).
Estas palabras de Isaías, sobre las que queremos detenernos, harán referencia al milagro de la paz, y lo hacen de una forma muy particular, poniendo la mirada no solo en el mensajero sino sobre los pies que corren veloces: «Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia...».
Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia la amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas.» (Ct 2,8). Así también el mensajero de paz corre, llevando el feliz anuncio de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina. 
Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracia es más grande que el pecado. Esto tenemos que aprenderlo ¿eh? ¡Porque somos cabezotas! Y no aprendemos esto. Pero os haré una pregunta: ¿quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? [Responden: “Dios”]. ¡Ah, no estáis convencidos eh! ¡No oigo bien! [Responden: “Dios”].  ¿Y quién vence al final? ¿Dios o el pecado? [Responden: “Dios”]. ¿Y Dios es capaz de vencer al pecado más grande? ¿También el pecado más vergonzoso? También el pecado que es terrible, el peor de los pecados, ¿es capaz de vencerlo? [Responden: “Sí”]. Y esta pregunta no es fácil, vemos si entre vosotros hay una teóloga o un teólogo para responder: ¿con qué arma vence Dios al pecado? [Responden: “El amor”]- ¡Oh, muy buenos! ¡Muchos teólogos! ¡Buenos!
Esto  – que Dios vence al pecado- quiere decir que “Dios reina”; son estas las palabras de la fe en un Señor cuyo poder se inclina sobre la humanidad para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la bella imagen de Dios. Y el cumplimiento de tanto amor será precisamente el Reino instaurado por Jesús, ese Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua.
Y la alegría más bonita de la Navidad es esa alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha venido a salvarme. Esa es la alegría de la Navidad. 
Son estos, hermanos y hermanas, los motivos de nuestra esperanza. Cuando parece que todo a terminado, cuando, frente a tantas realidades negativas, la fe se hace cansada y viene la tentación de decir que nada tiene sentido, aquí está sin embargo la buena noticia traída de esos pies rápidos: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios ha “descubierto su brazo” y viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará para siempre, hay un fin al dolor. La desesperación es vencida. 
Y también a nosotros se nos pide despertar, como Jerusalén, según la invitación que dirige el profeta; somos llamados a convertirnos en hombres y mujeres de esperanza, colaborando con la venida de este Reino hecho de luz y destinado a todos. 
Pero qué feo es cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Pero yo no espero nada, todo ha terminado para mí”, un cristiano que no es capaz de mirar horizontes de esperanza y delante de su corazón solamente un muro. ¡Pero Dios destruye estos muros con el perdón! Y por eso, nuestra oración, porque Dios nos da cada día la esperanza y la da a todos, esa esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén. 
El mensaje de la Buena Noticia que se nos ha confiado es urgente, también nosotros tenemos que correr como el mensajero en las montañas, porque el mundo no puede esperar, la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de verdad, de paz. 
Y viendo el pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido; el mensaje se ha realizado. En un niño recién nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, está encerrado todo el poder del Dios que salva. Es necesario abrir el corazón a tanta pequeñez y a tanta maravilla. Es la maravilla de la Navidad, a la que nos estamos preparando, con esperanza, en este tiempo de Adviento. Es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse cercano a cada uno de nosotros.
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Angelus

12/11/2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el tercer domingo de adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol. Y tampoco esa mundana o esa alegría del consumismo, no no es esa. Se trata de una alegría más auténtica, de la que estamos llamados a redescubrir el sabor, el sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca la intimidad de nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa (cfr 35,1); el profeta tiene delante de sí manos débiles, rodillas vacilante, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cfr vv. 3-6). Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios. 
Pero finalmente la salvación es anunciada: “Sed fuertes, no temáis –dice el prófeta–.  Mirad a vuestro Dios, […] os salvará” (cfr Is 35,4). Y enseguida todo se transforma: el desierto florece, la consolación y la alegría impregnan  los corazones (cfr vv. 5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirman respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a estos mensajeros? “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan” (Mt 11,5). No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación traída por Jesús, aferra a todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberar de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, sanar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios. 
Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, este júbilo, esta alegría. Pero un cristisno que no está alegre, algo le falta a este cristiano, o no es cristiano. La alegría del corazón, la alegría dentro que nos lleva adelante y da el valor. El Señor viene, viene a nuestra vida como liberador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y exteriores. Es Él quien nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su llegada, nuestra alegría será plena. 
La Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre y al lado el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta; llama a nuestro corazón para acercarse. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados. 
Hoy somos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los otros, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para alcanzar preparados el encuentro con la Navidad, preparando nuestro corazón a acoger a Jesús.  
Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido: 
Queridos hermanos y hermanas, 
Cada día estoy cerca, sobre todo en la oración, de la gente de Alepo. No debemos olvidar que Alepo es una ciudad, que allí hay gente: familias, niños, ancianos, personas enfermas… Lamentablemente ya nos hemos acostumbrado a la guerra, a la destrucción, pero no debemos olvidar que Siria es un país lleno de historia, de cultura, de fe. No podemos aceptar que esto sea negado por la guerra, que es un cúmulo de abuso de poder y falsedad. Hago un llamamiento al compromiso de todos, para que se haga una elección de civilización: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y de Siria. 
Y rezamos también por las víctimas  de algunos brutales ataques terroristas que en las últimas horas han golpeado varios países. Son varios los lugares pero lamentablemente única es la violencia que siembra muerte y destrucción. Y única es también la respuesta: fe en Dios y unidad en los valores humanos y civiles. 
Quisera expresar una cercanía especial a mi querido hermano papa Tawadros II y a su comunidad, rezando por los muertos y los heridos.
Hoy, en Vientiane, en Laos, son proclamados beatos Mario Borzaga, sacerdote de los misioneros oblatos de María Inmaculada; Paolo Thoj Xyooj, fiel laico catequista  y catorce compañeros asesinados por odio a la fe. Su heroica fidelidad a Cristo pueda ser de aliento y de ejemplo a los misioneros y especialmente a los catequistas, que en las tierras de misión desarrollan una preciosa e insustituible obra apostólica, por la cual toda la Iglesia les está agradecida. Pensemos en nuestros catequistas, mucho trabajo hacen, buen trabajo, ser catequistas es algo bellísimo, es llevar el mensaje del Señor para que crezca en nostros. ¡Un aplauso a los catequistas, a todos!
Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos procedentes de distintos países. Hoy el primer saludo está reservado a los niños y chicos de Roma, venidos para la tradicional bendición de las figuras del “Niño Jesús” organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas romanas. Queridos niños, cuando recéis delante de vuestro pesebre con vuestros padres, pedid al Niño Jesús que nos ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y recordad rezar también por mí, como yo me acuerdo de vosotros. Gracias
Saludo a los profesores de la Univerdad Católica de Sydney, la coral de Mosteiro de Grijó en Portugal, los fieles de Barbianello y Campobasso.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y no os olvidéis de rezar por mí. Y una cosa quisiera decir a los niños y y chicos, queremos escuchar un canción vuestra ¡Buen almuerzo y hasta pronto! Cantad
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Angelus

12/4/2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de Juan el Bautista: “¡Convertíos porque el reino de los cielos está cerca!” (Mt 3,2). Con estas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cfr Mt 4,17); y tal será también el anuncio que deberán llevar los discípulos en su primera experiencia misionera (cfr Mt 10,7). El evangelista Mateo quiere así presentar a Juan como el que prepara el camino al Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se trata del mismo alegre anuncio: ¡viene el reino de Dios, es más, está cerca, está en medio de nosotros! Esta palabra es muy importante: “el reino de Dios está en medio de vosotros”, dice Jesús. Y Juan anuncia esto que Jesús luego dirá: “El reino de Dios ha venido, ha llegado, está en medio de vosotros”. Este es el mensaje central de toda misión cristiana. Cuando un misionero va, un cristiano va a anunciar a Jesús, no va a hacer proselitismo como si fuera un hincha que busca más seguidores para su equipo. No, va simplemente a anunciar: “¡El reino de Dios está en medio de vosotros!”. Y así el misionero prepara el camino a Jesús, que encuentra a su pueblo. 
¿Pero qué es este reino de Dios, reino de los cielos? Son sinónimos. Nosotros pensamos enseguida en algo que se refiere al más allá: la vida eterna. Cierto, esto es verdad, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la buena noticia que Jesús nos trae — y que Juan anticipa– es que el reino de Dios no tenemos que esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está ya presente y podemos experimentar desde ahora el poder espiritual. Dios viene a establecer su señorío en la historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad brotan el amor, la alegría y la paz.
La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día. Se trata de dejar los caminos, cómodo pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no quita nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en Belén, es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo: buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles,  tener sed de riquezas y buscar el placer a cualquier precio.
La Navidad es un día de gran alegría también exterior, pero es sobre todo un evento religioso por lo que es necesaria una preparación espiritual. En este tiempo de Adviento, dejémonos guiar por la exhortación del Bautista: “Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos” (v. 3).
Nosotros preparamos el camino del Señor y allanamos sus senderos cuando examinamos nuestra conciencia, cuando escrutamos nuestras actitudes, cuando con sinceridad y confianza confesamos nuestros pecados en el sacramento de la penitencia. En este sacramento experimentamos en nuestro corazón la cercanía del reino de Dios y su salvación. La salvación de Dios es trabajo de una amor más grande que nuestro pecado; solamente el amor de Dios puede cancelar el pecado y liberar del mal, y solamente el amor de Dios puede orientarnos sobre el camino del bien. 
Que la Virgen María nos ayude a prepararnos al encuentro con este Amor cada vez más grande que en la noche de Navidad se ha hecho pequeño pequeño, como una semilla caída en la tierra, la semilla del reino de Dios. 
Después del ángelus, el Papa ha añadido: 
Queridos hermanos y hermanas, 
¡Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos!
Saludo en particular a los fieles venidos de Córdoba, Jaén y Valencia, de España; de Split y Makarska, en Croacia; de las parroquias de Santa María de la Oración y del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en Roma.
A todos os deseo un feliz domingo y un buena camino de Adviento. Este preparar el camino al Señor, convertirnos cada día. 
Hasta el jueves por la fiesta de María Inmaculada. En estos días rezamos unidos pidiendo su materna internación por la conversión de los corazones y el don de la paz.
Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo!
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