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“Juan Pablo II nos quitó el miedo a llamarnos cristianos”, afirma el Papa

5/2/2011

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CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT).- Juan Pablo II consiguió, “con la fuerza de un gigante”, devolver al cristianismo su fuerza transformadora del mundo, y hacer que los cristianos “dejasen de tener miedo” a serlo, afirmó hoy el Papa Benedicto XVI durante la homilía de la ceremonia de beatificación de su predecesor, en la Plaza de San Pedro.

Ante más de un millón de peregrinos llegados de todo el mundo a Roma para la beatificación, el Papa Benedicto XVI definió al nuevo beato como un “gigante” que dedicó su vida a una “causa”: “¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

La gran tarea de Juan Pablo II, explicó, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo a este último su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres.

El papa polaco, afirmó, “abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”.

“Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio”.

Es decir, añadió, “nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”.

Karol Wojtyla “subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre”.

“Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar 'umbral de la esperanza'”.

El papa polaco “dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia”, afirmó.

“Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de 'adviento', con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”.

Wojtyla y el Vaticano II

El Papa Benedicto XVI quiso subrayar el mérito de Juan Pablo II de haber abierto las “riquezas del Concilio Vaticano II” a toda la Iglesia.

La clave de ello, explicó, fue la profunda devoción mariana que acompañó toda la vida del nuevo beato.

Karol Wojtyla, “primero como obispo auxiliar y después como arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera”.

“Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre”, afirmó el Papa.

Recordó las palabras del testamento de su predecesor, que le dirigió el cardenal Stefan Wyszyński: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio".

Juan Pablo II añadía a continuación: “Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo”.

Hace seis años

El Papa quiso recordar los funerales de Juan Pablo II, hace seis años, en esa misma Plaza de San Pedro: “el dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento”.

“Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él”, afirmó.

Por eso, explicó, “he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato”.

Concluyendo la homilía, el Papa quiso dar su propio “testimonio personal” sobre el nuevo beato, con quien trabajó durante más de veinte años.

“Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona”, afirmó.

De él destacó dos rasgos, como hombre de oración y como testigo ante el sufrimiento. “El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio”, afirmó.

“Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una 'roca', como Cristo quería”, añadió.

“Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía”, concluyó.

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Homenaje de Internet a Juan Pablo II

5/1/2011

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CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT) - Con motivo de la beatificación de Juan Pablo II, el Vaticano quiere rendirle homenaje con una página web www.juanpabloii.va que recuerda algunos de los momentos más significativos de su vida y de su pontificado.

Se ha realizado esta página dando preferencia a la fuerza y la inmediatez de las imágenes. Cuenta con 500 fotos, 30 vídeos y 400 pensamientos en varios idiomas, por un total de 2.400 pensamientos. Los momentos sobresalientes han sido catalogados por temas (por ejemplo, niños, jóvenes, elección, atentado, jubileo, etc.) y cada tema se presenta en forma de "libro" de fotos con texto que puede hojearse.

La sección dedicada al pontificado ha sido realizada exclusivamente mediante vídeos. Una de las secciones está dedicada a las oraciones compuestas por el Papa Karol Wojtyla. También será posible seguir en directo todo el acontecimientos vía streaming en la misma página.

El proyecto de la página web tiene en cuenta todo tipo de tecnología, desde ordenadores de mesa hasta dispositivos móviles, iPhone, iPad, etc., una característica compleja de realizar, "pero que es fundamental para permitir el mejor uso posible, sobre todo por parte de los peregrinos que de esta manera pueden acceder a la página dondequiera se encuentren y desde cualquier dispositivo, y así estar siempre acompañados durante la peregrinación, en los días de la beatificación y en los sucesivos, por las imágenes y las palabras del beato Juan Pablo II y rezar con él", explica la Oficina para Internet de la Santa Sede.

Son muchas las instituciones Vaticanas que han intervenido en el proyecto, además del Servicio Internet Vaticano y la Dirección de las Telecomunicaciones, han participado: el servicio fotográfico de L'Osservatore Romano, que ha puesto a disposición su archivo fotográfico (del papa Karol Wojtyla existen millones de imágenes), la Radio Vaticana y el Centro Televisivo Vaticano para los vídeos presentes, la Libreria Editrice Vaticana para el Tríptico Romano que ocupa una sección entera de la página web, la Oficina de Prensa y el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, la Opera Romana para las Peregrinaciones y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

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Juan Pablo II, el apóstol de la Divina Misericordia

5/1/2011

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CIUDAD DEL VATICANO,  (ZENIT).- La elección de Benedicto XVI para la fecha de la beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo, que en este año coincide con el domingo de la Divina Misericordia, no es una casualidad.

En varias ocasiones, pero en particular en los funerales de Karol Wojtyla, el cardenal Joseph Ratzinger ha mostrado cómo la herencia más original de ese papa a la Iglesia fue precisamente su contribución a la comprensión del mal provocado por el ser humano a la luz del límite que pone la Divina Misericordia.

El entonces decano del colegio cardenalicio, ante el cuerpo de Juan Pablo II, explicaba este legado así: "Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor, y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien" (Cf. Homilía del cardenal Joseph Ratzinger en las exequias de Juan Pablo II).

El misterio del mal ético

Karol Wojtyla sufrió los dos totalitarismos del siglo XX, el comunismo y el nazismo, y se preguntaba cómo fue posible que Dios permitiera dramas tan terribles.

Muchos han utilizado estos males como razones para negar la existencia de Dios, o incluso para afirmar que Dios no es bueno. Juan Pablo II, en cambio, se valió de ellos para reflexionar sobre lo que Dios enseña, al permitir que sucedan tragedias, a causa de la libre cooperación de los hombres.

Y encontró la respuesta a la cuestión del mal ético en la perspectiva de la Divina Misericordia, la enseñanza de la religiosa y mística polaca santa Faustina Kowalska (1905-1938).

San Agustín explica que Dios nunca permite el mal: Él no lo causa; lo permite. El mal no es una cosa. Al crear al ser humano con libertad, Dios aceptó la existencia del mal. ¿Hubiera sido mejor que Dios no creara al hombre? ¿Habría sido mejor no crearlo libre? No. Pero, entonces -se preguntaba el joven polaco-, ¿cuál es el límite del mal para que no tenga la última palabra?


Juan Pablo II comprendió que los límites del mal los delimita la Divina Misericordia. Esto no implica que todo el mundo se salve automáticamente por la Divina Misericordia, disculpando así todo pecado, sino que Dios perdonará a todo pecador que acepte ser perdonado. Por eso, el perdón, la superación del mal, pasa por el arrepentimiento.


Y si el perdón constituye el límite al mal (¡cuántas lecciones se podrían sacar de esta verdad para superar los conflictos armados!), la libertad condiciona, en cierto modo, a la Divina Misericordia. Dios, en efecto, arriesgó mucho al crear al hombre libre. Arriesgó que rechace su amor y que sea capaz, negando en realidad la verdad más honda de su libertad, de matar y pisotear a su hermano. Y pagó el precio más terrible, el sacrificio de su único Hijo. Somos el riesgo de Dios. Pero un riesgo que se supera con el poder infinito de la Divina Misericordia.

Su mensaje póstumo

Juan Pablo II había preparado una alocución para el Domingo de la Divina Misericordia, que no pudo pronunciar, pues la víspera fue llamado a la Casa del Padre.

Sin embargo, quiso que ese texto se leyera y publicara como su mensaje póstumo: "A la Humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece, como don, su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!" (Cf. Regina Cæli, 3 de abril de 2005).

Como recuerdo perenne de este mensaje, Juan Pablo II introdujo en el calendario litúrgico la solemnidad de la Divina Misericordia, una semana tras el domingo de Pascua.

Por este motivo, el monseñor Guido Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, ha anunciado que la beatificación de Juan Pablo II comenzará en la plaza de san Pedro del Vaticano con una novedad.

Los centenares de miles de peregrinos se prepararán a la celebración recitando, en diferentes idiomas, la coronilla de la Divina Misericordia, práctica de devoción que promovió sor Faustina.

La imagen de Divina Misericordia, traída de la Iglesia del Espíritu Santo en Sassia, muy cerca del Vaticano estará presente en la parte elevada de plaza, frente a la Basílica hasta el comienzo de la Santa Misa.

Por Jesús Colina

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La vigilia en el Circo Máximo revela aspectos desconocidos de Juan Pablo II

5/1/2011

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ROMA, (ZENIT).- Las doscientas mil personas que participaron durante la noche de este sábado en la vigilia de preparación para la beatificación de Juan Pablo II descubrieron aspectos desconocidos de su vida, gracias a los testimonios de sus más cercanos colaboradores.

Pero la intervención más esperada, seguida también por canales de televisión de más de cien países, fue la de sor Marie Simon-Pierre, religiosa de las Maternidades Católicas, cuya curación de Parkinson ha sido el fenómeno científicamente inexplicable que permitió el reconocimiento de su beatificación.

"Juan Pablo II os está mirando desde el cielo, y sonríe", dijo la religiosa que narró detalles sobre el sufrimiento que le había provocado la misma enfermedad que vivió Juan Pablo II y confesó: "Me ha impresionado el hecho de que mi experiencia ha contribuido a la beatificación de Juan Pablo II y el que pueda testimoniarlo aquí" (Cf. Marie Simon-Pierre, el milagro de Juan Pablo II).



Navarro-Valls: se confesaba todas las semanas

Joaquín Navarro Valls, quien fue portavoz de Juan Pablo II durante 21 años, explicó que para comprender a Juan Pablo II hay que entender qué es la Divina Misericordia, y reveló que el papa "se confesaba todas las semanas", "pues sabía que nosotros, seres humanos, no podemos hacernos bellos, puros, por nosotros mismos. Tenemos necesidad de la ayuda que procede de Dios a través de los sacramentos".

"Para un cristiano rezar es un deber y también el resultado de una convicción; para él era una necesidad, no podía vivir sin rezar", añadió. "Verle rezar era ver a una persona que está en conversación con Dios".

Navarro-Valls recordó que con frecuencia le veía en su capilla privada, de rodillas, con pedazos de papel, que leía y que después en encomendaba en la oración. Eran intenciones de oración que las personas de todo el mundo le confiaban en sus cartas.

Las dos veces en que se enfadó

Luego le tocó el turno al cardenal Stanisław Dziwisz, arzobispo de Cracovia, quien fue su secretario personal durante más de 40 años.

Tomó la palabra para recordar que los dos amores de su vida fueron "Dios (Jesucristo), y el hombre, sobre todo los jóvenes".

Y luego reveló cuáles son las dos ocasiones en las que vio a Juan Pablo II "verdaderamente enfadado". Aunque matizó: "había un motivo".

La primera vez, dijo, fue en Agrigento, en Sicilia, el 9 de mayo de 1993, cuando "levantó la voz contra la mafia. Y nos asustamos todos", recordó.

La otra ocasión, añadió el secretario de Karol Wojtyla, fue durante el Ángelus, antes de la guerra en Irak, cuando gritó con fuerza: "No a la guerra, la guerra no resuelve nada. Yo he vivido la guerra; sé lo que es la guerra".

"Envió a un cardenal a Washington y otro a Bagdad para decir: '¡no tratéis de resolver los problemas con la guerra!'. Y tuvo razón. La guerra existe todavía y no ha resuelto nada".

Al final, el cardenal Dziwisz confesó también la gran satisfacción de su vida: "al inicio le llamaban 'el papa polaco'", recordó. "Pero después todos le han llamado 'nuestro papa', incluso muchos que no son cristianos. Pero mañana le llamaremos: 'Juan Pablo II, beato'", reconoció conmovido, arrancando aplausos.

Un Rosario mundial

Concluyó así la primera parte de la vigilia, la Celebración de la Memoria a través de los testimonios. La segunda se convirtió en un Rosario mundial, que unió en cada uno de los cinco misterios luminosos a Roma con grandes santuarios de diferentes continentes.

Desde Lagniewniki, en Cracovia, se rezó por la juventud; desde Kawekamo-Bugando (Tanzania) por la familia; desde Nuestra Señora del Líbano-Harissa por la evangelización, desde la basílica de Santa María de Guadalupe, en México, por la paz entre las naciones, y desde Fátima por la Iglesia.

El acto concluyó en torno a las 22.30 con la oración final y bendición que Benedicto XVI impartió desde el Palacio Apostólico del Vaticano gracias a la conexión televisiva.

Por Jesús Colina

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El periodismo según Wojtyla

5/1/2011

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ROMA,  (ZENIT).- “Siguió de cerca la complejidad de la comunicación, el surgimiento de las nuevas tecnologías y, antes que ningún otro, supo subrayar en ella las grandes coordenadas humanas, es decir, ese dirigirse el hombre al corazón de otro hombre”.

Monseñor Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, explica así la atención que Juan Pablo II supo dar al mundo de la información. Y lo hizo durante la presentación, el 27 de abril, del volumen Giornalisti abbiate coraggio [Periodistas, tener valor, n.d.t.], que recoge los 27 mensajes escritos por Wojtyla para las Jornadas mundiales de las comunicaciones sociales.

Se trata de un texto dedicado a los periodistas, los editores y a todos los agentes de la comunicación, con un llamamiento colectivo a la ética, a la responsabilidad, a la verdad, a la gestión de un bien que es esencial a la vida democrática y civil de cada una de las personas y del país en que viven.

“Saber dialogar con esta cultura digital – continua el prelado – representa uno de los retos más grandes que debemos afrontar”. Y el “diálogo cultural” del que habla Juan Pablo II está “en línea profundísima” con el innovado por Benedicto XVI, cuyo Magisterio se apoya en la “capacidad de dialogar con las verdades de los demás”.

“En un cierto sentido – explica el secretario de la Federación nacional de la prensa italiana, Franco Siddi – el libro podría ser definido la decimoquinta Encíclica de Wojtyla, porque presenta orgánicamente el pensamiento del papa sobre los temas de la comunicación social, desarrollando cada año un perfil específico y en particular el de la dignidad, libertad y eticidad de la profesión periodística”.

Por otra parte, como dijo en 1980 el papa polaco, “pocas profesiones requieren tanta energía, dedicación, integridad y responsabilidad” como la periodística, “pero, al mismo tiempo, son pocas las profesiones que tengan una incidencia similar sobre los destinos de la humanidad”.

Y a propósito de las Jornadas de las Comunicaciones Sociales, monseñor Celli recuerda que “fueron los padres conciliares, con la aprobación del DecretoInter Mirifica – punto de cambio en la moderna comunicación de la Iglesia – quien quiso que a los temas y (entonces), al desarrollo de los medios de comunicación de masas se reservase una jornada particular de reflexión y profundización por parte de toda la comunidad cristiana”.

Del último cuarto del siglo pasado a los primeros años del tercer milenio, el pontificado – explicó el prelado – tuvo un largo y amplio arco de tiempo, que acabó por entrecruzarse con el desarrollo, en algunos momentos impetuoso, de la revolución de las nuevas tecnologías de la comunicación”.

El mundo de los medios cambiada de forma imparable. Cambiaban, ciertamente, los instrumentos, pero sobre todo los criterios, las modalidades y la misma cultura de la comunicación. El pontificado de Juan Pablo II hizo vivir no sólo “en directo” esta fase, sino de alguna forma, llegó a determinarla hasta “hacer de ella un instrumento casi indispensable en una predicación que mostraba la necesidad de ensanchar las fronteras y de ir en busca, en todas partes del mundo, de los lugares aún inexplorados para el anuncio y la comunicación del Evangelio”.

Wojtyla innovó, en otras palabras, el “mandamiento” paulino de predicar el evangelio desde las azoteas. Después de la televisión, llegó la informática para cambiar el paisaje, no sólo urbano. “Alguien – precisó monseñor Celli – empieza incluso a hablar de un cambio del paisaje del alma debido precisamente a la influencia e incluso a la invasión de los nuevos medios de comunicación”. El desafío está allí: “¿Sabremos afrontar todo esto?”.

Juan Pablo II proporcionó un amplio elenco de argumentos para buscar la respuesta, precisamente a través de estos 27 mensajes recogidos en este volumen. “Sólo con repasar los títulos es fácil encontrarse a una serie de huellas que atestiguan una tras otra la rapidez además de la fecundidad de esta evolución. De cultura informática, por ejemplo, se hablaba ya en el Mensaje de hace 21 años”, y estos eran también los tiempos en los que se publicaban dos documentos importantes sobre la relación entre Iglesia e internet.

La importancia de la palabra, subrayada por el presidente de la provincia de Roma, Nicola Zingaretti, hace de contrapeso a la importancia – llena de simbología – de lo “no dicho”, a que aludió monseñor Celli, explicando cómo de Wojtyla era “aún más fuertemente expresivo el dramático silencio con el que se despidió desde la ventana en su último saludo en la Plaza de San Pedro”.

Al gran comunicador le faltaba la palabra. El sufrimiento de su rostro habló por él. Y nunca como entonces todos comprendieron. “Que el mundo de los medios de comunicación no olvide esa gran lección”, auguró el prelado. Que “también el silencio puede llegar a ser una gran forma de comunicación”, concluyó.

Por Mariaelena Finessi, traducción del italiano por Inma Álvarez

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El último día de Juan Pablo II

5/1/2011

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ROMA, (ZENIT).- “Me llamaron a última hora de la mañana. Corrí, tenía miedo de no llegar a tiempo. En cambio, él me esperaba. 'Buenos días, Santidad, hoy luce el sol' le dije en seguida, porque era la noticia que en el hospital le alegraba”.

Así recuerda Rita Megliorin, ex enfermera jefe del servicio de reanimación en el Policlínico Gemelli, la mañana del 2 de abril, cuando fue llamada al apartamento pontificio, a la cabecera de Juan Pablo II, el papa agonizante.

“No creí que me reconociese. Él me miró. No con esa mirada inquisitiva que usaba para entender en seguida cómo iba su salud. Era una mirada dulce, que me conmovió”, añade la mujer.

“Sentí la necesidad de apoyar la cabeza sobre su mano, me permití el lujo de tomar su última caricia posando su mano si fuerzas sobre mi rostro mientras él miraba fijamente el cuadro del Cristo sufriente que estaba colgado en la pared frente a su cama”.

Mientras tanto, oyendo desde la plaza los cantos, las oraciones, las aclamaciones de los jóvenes que se hacían cada vez más fuertes, la mujer preguntó al cardenal Dziwisz, si esas voces no importunaban acaso al papa. “Pero él, llevándome a la ventana, me dijo: 'Rita, estos son los hijos que han venido a despedir al padre'”.

Se conocieron en enero de 2005, cuando las condiciones de salud de Wojtyla se habían agravado. Megliorin explica que en aquellos días de comienzo de año, llegando al hospital para entrar en servicio e ignorando que el papa hubiera sido ingresado, se le dijo que se diera prisa, que fuese a la décima planta porque allí había “un huésped especial”.

“Pensad – dice la mujer – en un lugar donde no existe el espacio y donde no existe el tiempo, y pensad sólo en mucha luz”. La misma luz que acompañó las jornadas del pontífice.

“En aquellos meses, cada mañana entraba en su habitación encontrándole ya despierto, porque rezaba ya desde las 3. Yo abría las persianas y dirigiéndome a él decía: 'Buenos días, Santidad, hoy luce el sol'. Me acercaba y él me bendecía. Arrodillándome, él me acariciaba el rostro”.

Este era el ritual que daba inicio a las jornadas de Wojtyla. “Por lo demás yo era una enfermera inflexible y él un enfermo inflexible. Quería estar al corriente de todo, de la enfermedad, de su gravedad. Si no entendía, me miraba como pidiendo que le explicara mejor”.

“Nunca dejó de estudiar los problemas del hombre. Recuerdo los libros de genética, por ejemplo, que él consultaba y estudiaba con atención, incluso en aquellas condiciones”. Ese no querer rendirse, ese querer vivir la gracia de la vida recibida: “Cada día nos decíamos que 'todo problema tiene solución'”.

Y el papa lo decía también, y sobre todo, a las personas que encontraba, por las que sentía un amor paternal. “Y como todo padre, sentía una predilección por los más débiles. Por ejemplo, en la JMJ de Tor Vergata, en Roma, saludó a los jóvenes que estaban al fondo, pensando que no habrían podido ver mucho. También en el hospital, se entretenía con los más humildes y no con los grandes profesores, les preguntaba por sus familias, si tenían niños en casa”.

Recordando en cambio los últimos ingresos, la ex jefa de planta añade: “El papa vivió los momentos quizás más difíciles en el Policlínico”, pero “asistir a los enfermos es un don, al menos para quien cree en Dios. Y con todo, también para quienes no tienen fe es una experiencia única”.

Para quien comprende plenamente el sentido de lo que entiende Megliorin, resultan estridentes las preguntas de tantos periodistas, reunidos en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz para escuchar, en un encuentro con los medios de comunicación, el testimonio de la enfermera.

Hay quien pregunta si una película sobre la vida de Wojtyla se corresponde con la verdad, sobre todo el fragmento en que la película cuenta que el Papa tuvo espasmos en el momento de su muerte. Preguntas estrafalarias, a veces inoportunas si no fuesen de dudoso gusto. Y de hecho, la enfermera pregunta cuantas personas de la sala han asistido a la pérdida de un progenitor en los propios brazos: “No puedo responder – explica a regañadientes –. Quien no lo ha vivido no lo puede entender”.

Entonces, “¿la muerte fue un alivio?”, insiste otro. “La muerte nunca es un alivio – replica la mujer –. Como enfermera digo sólo que hay un límite en el tratamiento, más allá del cual esta se convierte en un tratamiento médico agresivo”. El morbo de saber si Wojtyla se ahogaba o tragaba, si tenía fuerzas para comer, beber o respirar, todo esto es una violación de la intimidad de un cuerpo, la sacralidad de una vida que ya no está. Su pensamiento vuelve a las palabras de Wojtyla que sin embargo, ha “restituido la dignidad al enfermo”, recuerda Megliorin.

En la Carta Apostólica Salvifici doloris de 1984, Juan Pablo II escribe que el dolor “es un tema universal que acompaña al hombre en todos los grados de la longitud y de la latitud geográfica: es decir que coexiste con él en el mundo”. También escribe el Papa, “el sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre: es uno de esos puntos, en lo que el hombre parece, en cierto sentido, 'destinado' a superarse a sí mismo, y llega a esto llamado de un modo misterioso”.

Juan Pablo II “en el último momento de su vida terrena – concluye Rita Megliorin – rescató su cruz, haciéndose cargo no sólo de la suya propia, sino también de todos los que sufren. Lo hizo con la alegría que nace de la esperanza de creer en un mañana mejor. Incluso creo que él tenía la esperanza de un hoy mejor”.

Por Mariaelena Finessi, traducción del italiano por Inma Álvarez

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Vigilia en el Circo Máximo: Juan Pablo II nuevamente entre los jóvenes

5/1/2011

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ROMA,  (ZENIT).- Cuando la vigilia de preparación a la beatificación de Juan Pablo II, en el Circo Máximo de Roma, se conectó por satélite con el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, las misioneras del Santísimo Sacramento, mezcladas entre los peregrinos, agitaron sus pañuelos para atraer la atención de sus compatriotas.

Son siete, y vienen de Nuevo León. "Juan Pablo II fue un padre para nosotras --afirma la hermana Adela de la Rosa en esta noche del sábado--. Siempre cercano a la gente, unido a Cristo, un testigo con toda su vida".

Impactaba su capacidad para entablar un contacto con la gente: "en su vista a México, la gente le esperó en la calle durante horas y horas con la esperanza de verle un momento, de poderle tocar".

Las hermanas tenían previsto ir del Circo Máximo de Roma a la plaza de San Pdro y esperar a que las 5.30 de la madrugada se abran los ingresos para poder participar en la beatificación.

El suelo está húmedo, pues durante el día ha llovido.

"Y, ¿si vuelve a llover?", les preguntamos. "No importa --responden--, abriremos los paraguas".

Del Este de Europa

Junto a ellas enarbolan banderas blancas y rojas diecinueve muchachos polacos que han viajado durante tres días para llegar a Roma desde Gdansk.

No sienten el cansancio. "Es más, para nosotros --afirma Magda Batachowska-- es un sueño poder estar aquí con motivo de la beatificación de Juan Pablo II".

Como polaco, "fue de manera particular 'nuestro' papa, un padre para todos y ahora un santo al que podemos encomendarnos".

¿Qué palabras se han quedado más grabadas en el corazón? "No tengáis miedo --responde con seguridad Magda--: así es, nada malo puede sucederle a quien cree".

"Nu và temeti!", es el eslogan impreso en las camisetas de la Acción Católica de Rumanía. Salieron en un autobús el jueves pasado desde Cluj, e hicieron etapa en Padua, Asís, y en Roma, donde son acogidos en la parroquia de San Bernabé, con sacos de dormir.

"El papa venía del Este de Europa --afirma Oana Tuduce--. Sabía comprender nuestra situación, pues él mismo la había vivido, y esto nos daba aliento".

"Su lección fundamental -añade Oana-- fue la confianza en la verdad, pues la verdad nos hace libres: si en nuestros países hubiera más valentía para afrontar los errores del pasado, la situación actual mejoraría".

Misionero con el sufrimiento

Un largo viaje en autobús, en la noche, han tenido que afrontar también los scouts de Misterbianco, en la provincia italiana de Catania.

Giuseppe Scuderi tenía 16 años cuando falleció Karol Wojtyla, pero reconoce: "Le veía en la televisión y lo sentía cerca de los jóvenes, cariñoso con los pequeños".

Alfredo Murabito añade: "No se comprendía muy bien cuando hablaba en los últimos tiempos de su vida, pero transmitía emociones: al escucharle, uno se sentía mejor".

Estos muchachos también han previsto una "noche blanca", sin dormir, entre el Circo Máximo y la plaza de San Pedro: "no hemos traído ni siquiera los sacos de dormir --explican--. Hubiera sido un peso inútil".

Vidas cambiadas en pocos segundos

El hermano Fabian, de la Comunidad de San Juan, en Austria, que une vida activa y contemplativa, recuerda un momento particular ligado a Juan Pablo II: "Tenía 19 años y él visitó Paderborn, en Alemania del Norte, de camino hacia Berlín. Iba en el papamóvil y al pasar a mi lado me cruzó la mirada, se me quedó mirando: fue un momento decisivo para mí".

"Hoy la Iglesia nos alienta a encomendarnos a su intercesión y su beatificación es como un sello de lo que ya llevábamos en el corazón", añade.

Con motivo de la beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, Costança Andrade, de Lisboa, vino a Roma para perderse entre la muchedumbre de peregrinos que festejaba los 25 años de pontificado de Juan Pablo II.

En la noche, habían programado fuegos artificiales: "la plaza de San Pedro estaba a oscuras --recuerda Costança-- y el Papa se asomó a la ventana. Entonamos el canto de la Virgen de Fátima y de repente Juan Pablo II dijo 'buenas noches' en portugués. Es un recuerdo imborrable".

Santidad cercana

¿Por qué le queremos? "Porque abrió la Iglesia a la gente, porque es un santo para nuestro tiempo", afirma Benedetto Coccia, presidente de la Acción Católica de Roma.

"Juan Pablo II acercó el concepto de santidad a los jóvenes, haciendo que se derrumbara el prejuicio de la lejanía de la vida cotidiana que teníamos".

Muchos jóvenes de la asociación, con motivo de la beatificación, se han comprometido como voluntarios: "es una forma de servicio --afirma Benedetto--, pero también una manera de dar las gracias al Papa, que nos enseñó a ser Iglesia".

Alegría neocatecumenal

En torno a un canto religioso se encontraban reunidos en un área del Circo Máximo jóvenes de las comunidades del Camino Neocatecumenal, procedentes de toda Europa, bailando al ritmo del tambor bíblico.

Gianfranco Tata, de la comunidad neocatecumenal de la parroquia de san Jerónimo Emiliano de Roma es un veterano de las Jornadas Mundiales de la Juventud, comenzando por la de Santiago de Compostela, en 1989, pasando por Denver, París, Roma, Toronto, hasta concluir con la de Colonia, en 2005, presidida por Benedicto XVI.

"He visto a Juan Pablo II muchas veces --cuenta--. Creo que evangelizó al mundo con su sufrimiento, trastocando la lógica del mundo que no acepta a quien no está en perfectas condiciones".

"Le veía con frecuencia en al televisión, el domingo --afirma Achille Ascione de Nápoles--; su sufrimiento me impresionaba, sufría con él. Créeme, hablo de corazón".

Achille no ha venido al Circo Máximo como peregrino, sino para vender imanes con la imagen sonriente de Juan Pablo II mientras bendice. Es uno de las oficios que improvisa para ganarse la vida.

"Presente, presente, el Papa está presente", repiten mientras tanto en coro, los fieles desde el Santuario de Guadalupe, contagiando de alegría a los doscientos mil peregrinos congregados en Roma. Y se escucha nuevamente el famoso grito: "Juan Pablo, segundo, te quiere todo el mundo".

En su testimonio en el palco, seguido por más de cien países gracias a la televisión, el cardenal Stanislaw Dziwisz, fiel secretario de Karol Wojtyla durante más de 40 años, asegura: "en esta noche, en el Circo Máximo, Juan Pablo II está más presente que nunca".

Por Chiara Santomiero

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En Cracovia, recorriendo los senderos de Juan Pablo II

5/1/2011

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CRACOVIA, (ZENIT).- Son 37 los lugares designados por el ayuntamiento de Cracovia como pertenecientes al recorrido “Recorriendo los senderos de Juan Pablo II”, que conducen al peregrino y al visitante a la presencia de Wojtyla en la ciudad como “estudiante de filología polaca, obrero, actor, poeta seminarista, joven sacerdote, profesor universitario, obispo, metropolita, cardenal y cabeza de la Iglesia católica”.

La imagen de Juan Pablo II se puede encontrar por todas las partes de la ciudad. En las camisetas, en los souvenires religiosos y hasta en las cajas de cerillas que se venden en los puestos de las calles.

En el palacio arzobispal se destaca la ventana por la que se asomaba a saludar a los fieles: delante en el otro lado de la calle Franciszkańska, una alfombra de luces coloradas señala la espera de los polacos por una beatyfikacja de la que no han dudado nunca. Sonríe desde el altar monumental de la basílica Mariacka – en la plaza central de la ciudad -, donde desde el 1952 al 1957 Wojtyla desarrolló el oficio de padre espiritual.

“Existía quien – escribe en sus memorias Wanda Póltawska tras el primer encuentro con él en esta iglesia, evento del que surgirá una amistad espiritual que duró toda la vida – que las funciones sacerdotales las llevaba a cabo como está escrito en el Evangelio: estaba dispuesto a acompañar no sólo cinco pasos, sino los que fuesen necesarios, y que no le era indiferente lo que le sucedía al penitente, al alma que se le confiaba a él.

En San Florián, la parroquia donde Wojtyla a partir de 1949 fue vicario y comenzó a “inventar” la pastoral juvenil que le llevó en sus años como pontífice a crear la Jornada Mundial de la Juventud, su imagen se coloca bajo la del soldado romano santo, martirizado por la fe cristiana. Después de la veneración del Santísimo Sacramento, muchos se detienen a rezar ante la sonrisa joven y la mirada que bendice del Papa tras el cual se asoma la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa.

En la cripta de la catedral de San Estanilao, en el interior del castillo de Wawel, Wojtyla celebró su primera misa el 2 de noviembre de 1946. A menudo iba a rezar allí durante su etapa de obispo, y volvió como pontífice, en señal de agradecimiento, con ocasión de sus 50 años como sacerdote. En este lugar están enterrados los héroes de la historia nacional polaca, desde el rey Sobieski que derrotó a los otomanos ante los muros de Viena en 1683 al mariscal Pilsudski que en 1918 se convirtió en el presidente de la nueva República de Polonia después de dos siglos en los que el país había desaparecido del mapa cartográfico europeo, también el presidente Lech Kaczynski, muerto en el accidente aéreo de Smolensk, que el año pasado diezmó el gobierno polaco.

“El obispo Wojtyla – cuenta monseñor Zdzislaw Sochacki, párroco de la catedral – decía a menudo que no se podía entrar en esta cripta sin sentir conmoción, porque se trataba de un sitio extraordinario para la historia de Polonia y de todos los polacos”. “Juan Pablo II -prosigue Sochacki – se identificaba con la historia de su patria, él se sentía parte de esta historia y muchas veces afirmó que estaba presente con el pensamiento en este lugar”. Un sentimiento de unidad nacional que no estaba separada de la identidad cristiana.

“Su ministerio de pastor en Cracovia – afirma Sochacki – tuvo como característica principal el servicio a la unidad, el ser pastor para todos”. También su pontificado “sirvió a la unidad, a cimentar la identidad nacional”. No por nada “su enseñanza cuando venía a Polonia era construir juntos la unidad”. Su beatificación, desde esta perspectiva, “será de nuevo un estímulo para releer su historia y su incesante trabajo por la unidad de la nación polaca teniendo como fin el bien común”. La expectativa de la gente se concretiza, según Sochacki, “en el redescubrimiento del valor del Evangelio en la vida de cada uno y para volver al decálogo que Juan Pablo II repetía a menudo en sus viajes a Polonia, que es necesario para restablecer un orden moral en la sociedad”.

El mismo orden moral, para la defensa de la paz y de los humildes, “por el que dio la vida el obispo santo Estanislao, en torno a cuyo féretro en la catedral, Wojtyla reunía a la gente para rezar, como si fuera un altar de la patria”. Junto al altar se colocó un cirio ofrecido por Juan Pablo II en una peregrinación, encima de un pedestal regalado los obispos alemanes “otro signo de reconciliación de la historia nacional querido por Wojtyla”.

“Antes de que me vaya de aquí -dijo Juan Pablo II al final de su viaje a Cracovia en 1979 – os pido que queráis todavía acoger con amor, con esperanza y fe, este inmenso patrimonio espiritual con nombre 'Polonia' (…). En la esperanza de que no dejéis nunca de creer, que no os abatáis ni desaniméis, en la esperanza de que no cortéis las raíces de las que crecemos”.

Pronto en la catedral de Wavel habrá una capilla dedicada al futuro beato: “a través de su intercesión – concluye Sochacki – los polacos sabrán no perder nunca el sentido de su unidad nacional”.

Por Chiara Santomiero. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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Abierta la tumba de Juan Pablo II

5/1/2011

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ROMA,  (ZENIT).- Ha tenido lugar hoy viernes muy temprano, ante una decena de personas en total: la tumba de Juan Pablo II en las Grutas vaticanas fue abierta y extraído el féretro que contiene el cuerpo del Siervo de Dios.

A la vista de los presentes, en buen estado de conservación, apareció la tercera de las tres cajas que protegen el cuerpo del Pontífice. La de madera clara, grabada en la memoria de todos a través de las imágenes difundidas en todo el mundo en el momento del funeral, con el Evangelio apoyado encima con las páginas que volaban con el viento, es la primera, que a su vez fue metida dentro de otra de plomo zincado y ambas contenidas en la que ha sido exhumada hoy.

Sobre esta última, explicó el padre Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa vaticana, a los periodistas presentes en la concurrida rueda de prensa celebrada hoy ante la beatificación del domingo, hay una inscripción en latín que informa que se trata del cuerpo de Juan Pablo II, de 84 años, 10 meses y 15 días, cabeza de la Iglesia universal durante 26 años, 5 meses y 17 días, y la fecha: Anno Domini 2005.

En la apertura de la tumba estuvieron presentes el cardenal Angelo Comastri, y monseñores Giuseppe D’Andrea y Vittorio Lanzani por la Basílica y el Capítulo de San Pedro. Junto a ellos los cardenales Tarcisio Bertone – secretario de Estado –, Giovanni Lajolo – presidente de la Gobernación del Estado Ciudad del Vaticano –, Stanislao Dziwisz – arzobispo de Cracovia y durante muchos años secretario personal de Juan Pablo II –.

Estuvieron también monseñores Fernando Filoni – sustituto de la Secretaría de Estado –, Carlo Maria Viganò – secretario de la Gobernación del Estado Ciudad del Vaticano –, Piero Marini – maestro de las Celebraciones Litúrgicas bajo el Pontificado de Juan Pablo II, y Zygmunt Zimowski – presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud –.

También se encontraban sor Tobiana Sobódka y las seis monjas del apartamento pontificio de Juan Pablo II, el ayudante de cámara, Angelo Gugel, los responsables de la Gendarmería y de la Guardia Suiza.

El cardenal Comastri entonó el canto de las letanías de la Virgen, mientras que durante un breve recorrido, el féretro fue acompañado por los presentes ante la tumba de san Pedro, siempre en el nivel de las Grutas vaticanas – con los pies del Siervo de Dios dirigidos a la tumba – y recubierta por un paño blanco bordado en oro.

El féretro permanecerá en las Grutas hasta el domingo por la mañana (1 de mayo) cuando será llevado a la Basílica de San Pedro, ante el altar central, para el homenaje primero del Papa y después de todos los fieles, que podrán desfilar durante toda la tarde del 1 de mayo hasta la noche, si fuese necesario, hasta las 5 de la mañana del 2 de mayo, cuando la plaza será preparada para la celebración de acción de gracias presidida por el cardenal Bertone.

El propio cardenal Bertone, hoy por la mañana, recitó una breve oración que concluyó la operación de apertura de la tumba de Juan Pablo II. La gran lápida sepulcral que cerraba hasta ahora el féretro del Siervo de Dios se conservará intacta y será transportada a Cracovia, donde será colocada en una nueva iglesia dedicada al beato.

La colocación definitiva del cuerpo de Juan Pablo II bajo el altar de la capilla de San Sebastián, dentro de la Basílica de San Pedro, tendrá lugar probablemente – informó el padre Lombardi – la tarde del 2 mayo, tras la clausura de la propia basílica, en torno a las 19,30.

Por Chiara Santomiero, traducción del italiano por Inma Álvarez

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Sangre de Juan Pablo II, reliquia de la beatificación

4/29/2011

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La reliquia que será expuesta a la veneración de los fieles, con motivo de la beatificación del papa Juan Pablo II, es una pequeña ampolla de sangre, engarzada en el precioso relicario, que la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice ha encargado para esta ocasión.

Es oportuno explicar brevemente, aunque con precisión, el origen de esta reliquia.


En los últimos días de la enfermedad del Santo Padre, el personal médico encargado realizó tomas de sangre para ponerlas a disposición del centro de transfusiones del Hospital Niño Jesús, en caso de necesidad de una posible transfusión. Este centro, dirigido por el profesor Isacchi, era el encargado de este servicio médico para el Papa.


Sin embargo, no fue necesario realizar ninguna transfusión y la sangre se conservó en cuatro pequeños contenedores, dos de los cuales quedaron a disposición del secretario particular del Papa Juan Pablo II, el cardenal Stanislaw Dziwisz, y los otros dos se conservaron en el citado hospital, devotamente custodiados por las religiosas de este centro. Precisamente éstos son los que han sido colocados en dos relicarios. 

Uno será presentado a la veneración de los fieles, con motivo de la ceremonia de beatificación, del 1 de mayo, y luego se conservará en el relicario custodiado por la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, junto con otras importantes reliquias. El otro se devolverá al hospital pediátrico romano del Niño Jesús, cuyas religiosas --como se ha explicado-- habían custodiado esta preciosa reliquia durante estos años. La sangre se encuentra en estado líquido, lo que se explica por una sustancia anticoagulante, presente en las probetas en el momento de la extracción.

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    Beatificacion de Juan Pablo II

    Karol Józef Wojtyla, conocido como Juan Pablo II desde su elección al papado en octubre de 1978, nació en Wadowice, una pequeña ciudad a 50 kms. de Cracovia, el 18 de mayo de 1920. Era el segundo de los dos hijos de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941. 
    A los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia y en una escuela de teatro.

    Cuando las fuerzas de ocupación nazi cerraron la Universidad, en 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

    A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.

    Tras la segunda guerra mundial, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal en Cracovia el 1 de noviembre de 1946.

    Seguidamente, fue enviado por el Cardenal Sapieha a Roma, donde, bajo la dirección del dominico francés Garrigou-Lagrange, se doctoró en1948 en teología, con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz. En aquel período aprovechó sus vacaciones para ejercer el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos de Francia, Bélgica y Holanda.

    En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Etica Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.

    El 4 de julio de 1958 fue nombrado por Pío XII Obispo Auxiliar de Cracovia. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958 en la catedral del Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

    El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967.

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