En su mensaje para esta ocasión, el Presidente para el Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios (de la Pastoral de la Salud), el arzobispo monseñor Zygmunt Zimowski, exhorta a “unir nuestros esfuerzos para expresar mejor la justicia y el amor hacia los afectados por esta enfermedad”.
La Jornada fue propuesta hace 58 años por el periodista, filántropo y poeta francés, Raoul Follereau, y la sostiene hoy la Fundación que continua su obra.
El evento, destaca monseñor Zimowski, continua teniendo una “enorme importancia, no obstante los grandes progresos obtenidos gracias a óptimas terapias farmacológicas”.
“En primer lugar- denuncia el obispo- es todavía gravemente insuficiente el acceso a diagnósticos precoces”.
La falta de una intervención oportuna, hace que la lepra, o morbo de Hansen, destruya el cuerpo del enfermo, desfigurándolo de manera evidente e irreversible. Esto comporta, a menudo, la discriminación de la persona, condenada a la pobreza y a la exclusión social, a menudo junto a su familia.
Cuando la persona se cura y ya no es contagiosa, no es automática su reinserción en el tejido social. Con frecuencia no consigue encontrar trabajo, y por tanto no puede garantizarse ni a sí misma ni a su familia una existencia digna.
Según el Presidente del dicasterio vaticano, la lepra es un ejemplo paradigmático de como “en nuestra época se asiste, por una parte a una atención a la salud que puede devenir en un consumismo farmacológico, médico y quirúrgico, convirtiéndose casi en un culto al cuerpo; y por otra parte a la dificultad de millones de personas para acceder a condiciones mínimas de subsistencia y a fármacos indispensables para curarse”.
En este contexto estamos llamados a intervenir como cristianos o simplemente como hombres de buena voluntad.
Por tanto la invitación es la que nos dirigió el Papa Benedicto XVI en el Mensaje a los participantes de la XXV Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para los Agentes de la Salud, celebrada el pasado noviembre: ser como el Buen Samaritano, que se arrodilló “junto al hombre herido, abandonado al lado del camino”, cumpliendo la “justicia más grande que Jesús pide a sus discípulos, y que da testimonio con su vida, porque el cumplimiento de la Ley es el amor”.