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Angelus

11/1/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Solemnidad de Todos los Santos  nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad. Los santos  y las santas de todos los tiempos, que hoy celebramos todos juntos, no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables. Por el contrario, son personas que han vivido con los pies en el suelo; han experimentado la fatiga diaria de la existencia con sus éxitos y sus fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse una y otra vez y proseguir el camino. Comprendemos así  que la santidad es una meta que no se puede alcanzar sólo con nuestras propias fuerzas, sino  que es  el fruto de la gracia de Dios y de nuestra libre respuesta a ella. Por lo tanto, la santidad es don y  llamada.
Como gracia de Dios, es decir, como don suyo, es algo que no podemos comprar ni canjear, sino acoger, participando así en la misma vida divina por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. La semilla de la santidad es precisamente el Bautismo. Se trata de madurar cada vez más la conciencia de que estamos injertados en Cristo, como el sarmiento está unido a la vid, y por eso podemos y debemos vivir con Él y en Él como hijos de Dios. La santidad, entonces, es vivir en plena comunión con Dios, ya ahora, durante esta peregrinación terrena.
Pero la santidad, además de ser don, es también llamada, es una vocación común de todos nosotros, los cristianos, de los discípulos de Cristo; es el camino de plenitud que todo cristiano está llamado a recorrer en la fe, avanzando hacia la meta final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna. La santidad se convierte así en respuesta al don de Dios, porque se manifiesta como  asunción de responsabilidad. En esta perspectiva, es importante asumir un compromiso diario de santificación en las condiciones, deberes y circunstancias de nuestra vida, tratando de vivir todo con amor, con caridad.
Los santos que celebramos hoy en la liturgia son hermanos y hermanas que admitieron en su vida que necesitaban esta luz divina, abandonándose a ella con confianza. Y ahora, delante del trono de Dios (cf. Ap 7, 15), cantan su gloria para siempre. Constituyen la "Ciudad santa", a la que miramos con esperanza, como nuestra meta definitiva,  mientras peregrinamos en esta "ciudad terrena". Caminemos hacia esa "ciudad santa" donde nos esperan estos hermanos y hermanas santos. Es verdad, estamos cansados por la dureza del camino, pero la esperanza nos da fuerzas para seguir adelante. Mirando sus vidas, no sentimos estimulados a  imitarlos. Entre ellos hay muchos testigos de una santidad  “de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate,7).
Hermanos y hermanas, el recuerdo de los santos nos lleva a levantar los ojos al cielo: no  para olvidar las realidades de la tierra, sino para afrontarlas con más valentía, con más esperanza. ¡Qué María, nuestra Madre santísima, nos acompañe con su maternal intercesión, signo de consuelo y de esperanza segura!
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo con afecto a todos, peregrinos de Italia y de varios países, en particular a los chicos de la Acción Católica, llegados con sus educadores de muchas diócesis italianas, en el 50º aniversario de la ACR. Uno, dos, tres.... [los chicos de la plaza cantan] Saludo a los jóvenes del Decanato de Mauges, Francia y a los chicos de Carugate (Milán).
Saludo a los atletas que han participado en la Carrera de los Santos, organizada por la Fundación "Misiones Don Bosco" para subrayar, también en una dimensión de fiesta popular, el valor religioso del día de Todos los Santos. Os doy las gracias a vosotros y a todos los que, en las parroquias y comunidades,  promueven en estos días iniciativas de oración para celebrar a Todos los Santos y conmemorar a los difuntos. Estas dos fiestas cristianas nos recuerdan el vínculo que existe entre la Iglesia de la tierra –somos nosotros- y la del cielo, entre nosotros y nuestros seres queridos que han pasado a la otra vida.
Mañana por la tarde iré a celebrar la Eucaristía en las Catacumbas de Priscila, uno de los lugares de sepultura de los primeros cristianos de Roma. En estos días, en los que, desgraciadamente,  también circulan mensajes de cultura negativa sobre la muerte y los muertos, os invito a que no olvidéis, si es posible, una visita y una oración al cementerio. Será un acto de fe.
Y os deseo a todos una feliz fiesta en la compañía espiritual de los santos. Por favor, no  os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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