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Angelus

1/1/2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!
Empezamos el nuevo año poniéndonos bajo la mirada materna y amorosa de María Santísima, que la liturgia hoy celebra como Madre de Dios. Retomamos así el camino a lo largo de las sendas del tiempo, encomendando nuestras angustias y nuestros tormentos a Aquella que todo lo puede. María nos mira con ternura materna así como miraba a su Hijo Jesús. Y si nosotros miramos al pesebre [se gira hacia el pesebre colocado en la sala], vemos que Jesús no está en la cuna, y me dicen que la Virgen ha dicho: “¿Me dejan tener en brazos un poco a este hijo mío?”. Y así hace la Virgen con nosotros: quiere tenernos entre los brazos, para cuidarnos como ha cuidado y amado a su Hijo. La mirada tranquilizadora y consoladora de la Santísima Virgen es un estímulo para que este tiempo, que nos ha dado el Señor, sea dedicado a nuestro crecimiento humano y espiritual, sea tiempo de suavizar los odios y las divisiones — hay muchas— sea tiempo de sentirnos todos más hermanos, sea tiempo de construir y no de destruir, cuidándonos unos a otros y de la creación. Un tiempo para hacer crecer, un tiempo de paz.
Es precisamente al cuidado del prójimo y de la creación que está dedicado el tema de la Jornada Mundial de la Paz, que hoy celebramos: La cultura del cuidado como camino de paz. Los dolorosos eventos que han marcado el camino de la humanidad el año pasado, especialmente la pandemia, nos enseñan lo necesario que es interesarse por los problemas de los otros y compartir sus preocupaciones. Esta actitud representa el camino que conduce a la paz, porque favorece la construcción de una sociedad fundada en las relaciones de fraternidad. Cada uno de nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, está llamado a traer la paz: cada uno de nosotros, no somos indiferentes a esto. Nosotros estamos todos llamados a traer la paz y a traerla cada día y en cada ambiente de vida, sosteniendo la mano al hermano que necesita una palabra de consuelo, un gesto de ternura, una ayuda solidaria. Y esto para nosotros es una tarea dada por Dios. El Señor nos ha dado la tarea de ser trabajadores de paz.
Y la paz se puede construir si empezamos a estar en paz con nosotros mismos  —en paz dentro, en el corazón— y con quien tenemos cerca, quitando los obstáculos que nos impiden cuidar de quienes se encuentran en necesidad y en la indigencia. Se trata de desarrollar una mentalidad y una cultura del “cuidado”, para derrotar la indiferencia, para derrotar el descarte y la rivalidad —indiferencia, descarte, rivalidad—, que lamentablemente prevalecen. Quitar estas actitudes. Y así la paz no es solo ausencia de guerra. La paz nunca es aséptica, no, no existe la paz del quirófano. La paz está en la vida: no es solo ausencia de guerra, sino que es vida rica de sentido, configurada y vivida en la realización personal y en el compartir fraterno con los otros. Entonces esa paz tan ansiada y puesta siempre en peligro por la violencia, el egoísmo y la maldad, esa paz puesta en peligro se convierte en posible y realizable si yo la tomo como tarea que me ha dado Dios.
La Virgen María, que ha dado a luz al «Príncipe de paz» (Is 9,6), y que lo acuna así, con tanta ternura, entre sus brazos, nos obtenga del Cielo el bien precioso de la paz, que con tan solo las fuerzas humanas no se logra perseguir en plenitud. Solamente las fuerzas humanas no bastan, porque la paz es sobre todo don, un don de Dios; debe ser implorada con incesante oración, sostenida con un diálogo paciente y respetuoso, construida con una colaboración abierta a la verdad y a la justicia y siempre atenta a las legítimas aspiraciones de las personas y de los pueblos. Mi deseo es que reine la paz en el corazón de los hombres y en las familias; en los lugares de trabajo y de ocio; en las comunidades y en las naciones. En las familias, en el trabajo, en las naciones: paz, paz. Y ahora pensemos que la vida hoy está organizada por las guerras, las enemistades, tantas cosas que destruyen… Queremos paz. Y esta es un don.
En el umbral de este comienzo, dirijo a todos mi cordial deseo de un feliz y sereno 2021. Cada uno de nosotros trate de hacer que sea un año de fraterna solidaridad y de paz para todos; un año cargado de confiada espera y de esperanzas, que encomendamos a la protección de María, madre de Dios y madre nuestra.


Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
A todos vosotros, conectados a través de los medios de comunicación, os dirijo mi deseo de paz y de serenidad para el año nuevo.
Doy las gracias al presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, por la felicitación que me dirigió ayer por la noche en su Mensaje de final de año, y le correspondo cordialmente.
Estoy agradecido a cuantos, en distintos lugares del mundo, respetando las restricciones impuestas por la pandemia, han promovido momentos de oración y de reflexión con ocasión de la actual Jornada Mundial de la Paz. Pienso en particular en la Marcha virtual de anoche, organizada por el Episcopado italiano, Pax Christi, Cáritas y Acción Católica; como también la de esta mañana, promovida por la Comunidad de San Egidio conectados en directo a nivel mundial. Gracias a todos por estas y muchas otras iniciativas a favor de la reconciliación y de la concordia entre los pueblos.
En tal contexto, expreso dolor y preocupación por la nueva escalada de violencia en Yemen que está causando numerosas víctimas inocentes, y rezo para que se hagan esfuerzos para encontrar soluciones que permitan el regreso de la paz para esas poblaciones golpeadas. Hermanos y hermanas, ¡pensemos en los niños de Yemen! Sin educación, sin medicinas, hambrientos. Recemos juntos por Yemen.
Además os invito a uniros en oración a la archidiócesis de Owerri en Nigeria por el obispo monseñor Moses Chikwe y por su conductor, secuestrados los días pasados. Pidamos al Señor que ellos y todos aquellos que son víctimas de actos similares en Nigeria vuelvan ilesos en libertad y que ese querido país encuentre de nuevo seguridad, concordia y paz.
Dirijo un saludo especial a los Sternsinger, los “Cantores de la Estrella”, niños y jóvenes que en Alemania y Austria, aun sin poder visitar a las familias en las casas, han encontrado la forma de llevarles la buena noticia de la Navidad y de recaudar donaciones para sus coetáneos necesitados.
Os deseo a todos un año de paz y de esperanza, con la protección de María, la Santa Madre de Dios. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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Audiencia

9/30/2020

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las semanas pasadas, hemos reflexionado juntos, a la luz del Evangelio, sobre cómo sanar al mundo que sufre por un malestar que la pandemia ha evidenciado y acentuado. El malestar estaba: la pandemia lo ha evidenciado más, lo ha acentuado. Hemos recorrido los caminos de la dignidad, de la solidaridad y de la subsidiariedad, caminos indispensables para promover la dignidad humana y el bien común. Y como discípulos de Jesús, nos hemos propuesto seguir sus pasos optando por los pobres, repensando el uso de los bienes y cuidando la casa común. En medio de la pandemia que nos aflige, nos hemos anclado en los principios de la doctrina social de la Iglesia, dejándonos guiar por la fe, la esperanza y la caridad. Aquí hemos encontrado una ayuda sólida para ser trabajadores de transformaciones que sueñan en grande, no se detienen en las mezquindades que dividen y hieren, sino que animan a generar un mundo nuevo y mejor.
Quisiera que este camino no termine con estas catequesis mías, sino que se pueda continuar caminando juntos, teniendo «fijos los ojos en Jesús» (Hb 12, 2), como hemos escuchado al principio; la mirada en Jesús que salva y sana al mundo. Como nos muestra el Evangelio, Jesús ha sanado a enfermos de todo tipo (cfr Mt 9, 35), ha dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos, el oído a los sordos. Y cuando sanaba las enfermedades y las dolencias físicas, sanaba también el espíritu perdonando los pecados, porque Jesús siempre perdona, así como los “dolores sociales” incluyendo a los marginados (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 1421). Jesús, que renueva y reconcilia a cada criatura (cfr 2 Cor 5, 17; Col 1, 19-20), nos regala los dones necesarios para amar y sanar como Él sabía hacerlo (cfr Lc 10, 1-9; Jn 15, 9-17), para cuidar de todos sin distinción de raza, lengua o nación.
Para que esto suceda realmente, necesitamos contemplar y apreciar la belleza de cada ser humano y de cada criatura. Hemos sido concebidos en el corazón de Dios (cfr Ef 1, 3-5). «Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno es necesario». Además, cada criatura tiene algo que decirnos de Dios creador (cfr Enc. Laudato si’, 69. 239). Reconocer tal verdad y dar las gracias por los vínculos íntimos de nuestra comunión universal con todas las personas y con todas las criaturas, activa «un cuidado generoso y lleno de ternura» (ibid., 220). Y nos ayuda también a reconocer a Cristo presente en nuestros hermanos y hermanas pobres y sufrientes, a encontrarles y escuchar su clamor y el clamor de la tierra que se hace eco (cfr ibid., 49).
Interiormente movilizados por estos gritos que nos reclaman otra ruta (cfr ibid., 53), reclaman cambiar, podremos contribuir a la nueva sanación de las relaciones con nuestros dones y nuestras capacidades (cfr ibid., 19). Podremos regenerar la sociedad y no volver a la llamada “normalidad”, que es una normalidad enferma, en realidad enferma antes de la pandemia: ¡la pandemia lo ha evidenciado! “Ahora volvemos a la normalidad”: no, esto no va porque esta normalidad estaba enferma de injusticias, desigualdades y degrado ambiental. La normalidad a la cual estamos llamados es la del Reino de Dios, donde «los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncian a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11, 5). Y nadie se hace pasar por tonto mirando a otro lado. Esto es lo que debemos hacer, para cambiar. En la normalidad del Reino de Dios el pan llega a todos y sobra, la organización social se basa en el contribuir, compartir y distribuir, no en el poseer, excluir y acumular (cfr Mt 14, 13-21). El gesto que hace ir adelante a una sociedad, una familia, un barrio, una ciudad, todos, es el de darse, dar, que no es dar una limosna, sino que es un darse que viene del corazón. Un gesto que aleja el egoísmo y el ansia de poseer. Pero la forma cristiana de hacer esto no es una forma mecánica: es una forma humana. Nosotros no podremos salir nunca de la crisis que se ha evidenciado por la pandemia, mecánicamente, con nuevos instrumentos - que son importantísimos, nos hacen ir adelante y de los cuales no hay que tener miedo - sino sabiendo que los medios más sofisticados podrán hacer muchas cosas pero una cosa no la podrán hacer: la ternura. Y la ternura es la señal propia de la presencia de Jesús. Ese acercarse al prójimo para caminar, para sanar, para ayudar, para sacrificarse por el otro.
Así es importante esa normalidad del Reino de Dios: que el pan llegue a todos, que la organización social se base en el contribuir, compartir y distribuir, con ternura, no en el poseer, excluir y acumular. ¡Porque al final de la vida no llevaremos nada a la otra vida!
Un pequeño virus sigue causando heridas profundas y desenmascara nuestras vulnerabilidades físicas, sociales y espirituales. Ha expuesto la gran desigualdad que reina en el mundo: desigualdad de oportunidades, de bienes, de acceso a la sanidad, a la tecnología, a la educación: millones de niños no pueden ir al colegio, y así sucesivamente la lista. Estas injusticias no son naturales ni inevitables. Son obras del hombre, provienen de un modelo de crecimiento desprendido de los valores más profundos. El derroche de la comida que sobra: con ese derroche se puede dar de comer a todos. Y esto ha hecho perder la esperanza en muchos y ha aumentado la incertidumbre y la angustia. Por esto, para salir de la pandemia, tenemos que encontrar la cura no solamente para el coronavirus, -¡que es importante!- sino también para los grandes virus humanos y socioeconómicos. No hay que esconderlos, haciendo una capa de pintura para que no se vean. Y ciertamente no podemos esperar que el modelo económico que está en la base de un desarrollo injusto e insostenible resuelva nuestros problemas. No lo ha hecho y no lo hará, porque no puede hacerlo, incluso si ciertos falsos profetas siguen prometiendo “el efecto cascada” que no llega nunca.  Habéis escuchado vosotros, el teorema del vaso: lo importante es que el vaso se llene y así después cae sobre los pobres y sobre los otros, y reciben riquezas. Pero esto es un fenómeno: el vaso empieza a llenarse y cuando está casi lleno crece, crece y crece y no sucede nunca la cascada. Es necesario estar atentos.
Tenemos que ponernos a trabajar con urgencia para generar buenas políticas, diseñar sistemas de organización social en la que se premie la participación, el cuidado y la generosidad, en vez de la indiferencia, la explotación y los intereses particulares. Tenemos que ir adelante con la ternura. Una sociedad solidaria y justa es una sociedad más sana. Una sociedad participativa -donde a los “últimos” se les tiene en consideración igual que a los “primeros”- refuerza la comunión. Una sociedad donde se respeta la diversidad es mucho más resistente a cualquier tipo de virus.
Ponemos este camino de sanación bajo la protección de la Virgen María, Virgen de la Salud. Ella, que llevó en el vientre a Jesús, nos ayude a ser confiados. Animados por el Espíritu Santo, podremos trabajar juntos por el Reino de Dios que Cristo ha inaugurado en este mundo, viniendo entre nosotros. Es un Reino de luz en medio de la oscuridad, de justicia en medio de tantos ultrajes, de alegría en medio de tantos dolores, de sanación y de salvación en medio de las enfermedades y la muerte, de ternura en medio del odio. Dios nos conceda “viralizar” el amor y globalizar la esperanza a la luz de la fe.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. De modo particular, saludo al grupo de sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano, que siguen aquí en Roma su formación integral para conformarse cada día más a Cristo Buen Pastor.
Hoy hacemos memoria de san Jerónimo, un estudioso apasionado de la Sagrada Escritura, que hizo de ella el motor y el alimento de su vida. Que su ejemplo nos ayude también a nosotros a leer y conocer la Palabra de Dios, «porque ignorar las Escrituras ― decía él― es ignorar a Cristo». Que el Señor los bendiga.
Llamamiento
Hoy he firmado la Carta apostólica «Sacrae Scripturae affectus», en el 16° centenario de la muerte de San Jerónimo.
El ejemplo de este gran doctor y padre de la Iglesia, que puso la Biblia en el centro de su vida, suscite en todos un amor renovado por la Sagrada Escritura y el deseo de vivir en diálogo personal con la Palabra de Dios.
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Angelus

9/20/2020

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de hoy (cfr. Mt 20,1-16) narra la parábola de los trabajadores llamados a jornal por el dueño de una viña. A través de esta historia, Jesús nos muestra el sorprendente modo de actuar de Dios, representado en dos actitudes del dueño: la llamada y la recompensa.
En primer lugar, la llamada. El dueño de la viña sale en cinco ocasiones a la plaza y llama a trabajar para él: a las seis, a las nueve, a las doce, a las tres y a las cinco de la tarde. Es conmovedora la imagen de este dueño que sale varias veces a la plaza a buscar trabajadores para su viña. Ese dueño representa a Dios, que llama a todos y llama siempre, a cualquier hora. Dios actúa así también hoy: nos sigue llamando a cada uno, a cualquier hora, para invitarnos a trabajar en su Reino. Este es el estilo de Dios, que hemos de aceptar e imitar. Él no está encerrado en su mundo, sino que “sale”: Dios siempre está en salida, buscándonos; no está encerrado. Dios sale, sale continuamente a la búsqueda de las personas, porque quiere que nadie quede excluido de su plan de amor.
También nuestras comunidades están llamadas a salir de los varios tipos de “fronteras”, que pueden existir, para ofrecer a todos la palabra de salvación que Jesús vino a traer. Se trata de abrirse a horizontes de vida que ofrezcan esperanza a cuantos viven en las periferias existenciales y aún no han experimentado, o han perdido, la fuerza y la luz del encuentro con Cristo. La Iglesia debe ser como Dios: siempre en salida; y cuando la Iglesia no sale, se pone enferma de tantos males que tenemos en la Iglesia. ¿Por qué estas enfermedades en la Iglesia? Porque no sale. Es cierto que cuando uno sale existe el peligro de que tenga un accidente. Pero es mejor una Iglesia accidentada por salir, por anunciar el Evangelio, que una Iglesia enferma por estar encerrada. Dios sale siempre, porque es Padre, porque ama. La Iglesia debe hacer lo mismo: siempre en salida.

La segunda actitud del dueño, que representa la de Dios, es su modo de recompensar a los trabajadores: ¿cómo paga Dios? El dueño se pone de acuerdo con los primeros obreros, contratados por la mañana, para pagarles “un denario” (v. 2). En cambio, a los que llegan a continuación les dice: “Os daré lo que sea justo”(v. 4). Al final de la jornada, el dueño de la viña ordena que a todos les sea dada la misma paga, es decir, un denario. Quienes han trabajado desde la mañana temprano se indignan y se quejan del dueño, pero él insiste: quiere dar el máximo de la recompensa a todos, incluso a quienes llegaron los últimos (vv. 8-15). Dios siempre paga el máximo. No se queda a mitad del pago. Paga todo. Y aquí se comprende que Jesús no está hablando del trabajo y del salario justo, que es otro problema, sino del Reino de Dios y de la bondad del Padre celestial que sale continuamente a invitar y paga el máximo salario a todos.
De hecho, Dios se comporta así: no mira el tiempo y los resultados, sino la disponibilidad, mira la generosidad con la que nos ponemos a su servicio. Su actuar es más que justo, en el sentido de que va más allá de la justicia y se manifiesta en la Gracia. Todo es Gracia. Nuestra salvación es Gracia. Nuestra santidad es Gracia. Donándonos la Gracia, Él nos da más de lo que merecemos. Y entonces, quien razona con la lógica humana, la de los méritos adquiridos con la propia habilidad, pasa de ser el primero a ser el último. “Pero yo he trabajado mucho, he hecho mucho en la Iglesia, he ayudado tanto, ¿y me pagan lo mismo que a este que ha llegado el último?”. Recordemos quién fue el primer santo canonizado en la Iglesia: el Buen Ladrón. “Robó” el Cielo en el último momento de su vida. Esto es Gracia, así es Dios, también con todos nosotros. El que piensa en sus propios méritos, fracasa; quien se confía con humildad a la misericordia del Padre, pasa de último -como el Buen Ladrón- a primero (cfr. v. 16).
Que María Santísima nos ayude a sentir todos los días la alegría y el estupor de ser llamados por Dios a trabajar para Él en su campo, que es el mundo, en su viña, que es la Iglesia. Y de tener como única recompensa su amor, la amistad de Jesús.
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Audiencia

4/29/2020

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Queridos hermanos y hermanas, buenos días:


Con la audiencia de hoy concluimos el itinerario sobre las Bienaventuranzas del Evangelio. Como hemos escuchado, la última proclama la alegría escatológica de los perseguidos por la justicia.


Esta bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el Reino de los cielos es de los perseguidos así como de los pobres de espíritu; así comprendemos que hemos llegado al final de un itinerario unificado jalonado por los anuncios precedentes.


La pobreza de espíritu, el llanto, la mansedumbre, la sed de santidad, la misericordia, la purificación del corazón y las obras de paz pueden conducir a la persecución por causa de Cristo, pero esta persecución al final es causa de alegría y de gran recompensa en el cielo. El sendero de las Bienaventuranzas es un camino pascual que lleva de una vida según el mundo a una vida según Dios, de una existencia guiada por la carne - es decir, por el egoísmo - a una guiada por el Espíritu.


El mundo, con sus ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede aprobar este tipo de existencia. Las "estructuras de pecado",(1) a menudo producidas por la mentalidad humana, tan ajenas al Espíritu de verdad que el mundo no puede recibir (cf. Jn 14,17), no pueden por menos que rechazar la pobreza o la mansedumbre o la pureza y declarar la vida según el Evangelio como un error y un problema, por lo tanto como algo que hay que marginar. Así piensa el mundo : "Estos son idealistas o fanáticos...". Así es como piensan.


Si el mundo vive en base al dinero, cualquiera que demuestre que la vida se puede realizar en el don y la renuncia se convierte en una molestia para el sistema de la codicia. Esta palabra "molestia" es clave, porque el testimonio cristiano de por sí que hace tanto bien a tanta gente porque lo sigue, molesta a los que tienen una mentalidad mundana. Lo viven como un reproche. Cuando aparece la santidad y emerge la vida de los hijos de Dios, en esa belleza hay algo incómodo que llama a adoptar una postura: o dejarse cuestionar y abrirse a la bondad o rechazar esa luz y endurecer el corazón, hasta el punto de la oposición y el ensañamiento (cf. Sabiduría 2, 14-15). Es curioso ver cómo, en la persecución de los mártires, la hostilidad crece hasta el ensañamiento. Basta con ver las persecuciones del siglo pasado, de las dictaduras europeas: cómo se llega al ensañamiento contra los cristianos, contra el testimonio cristiano y contra la heroicidad de los cristianos.


Pero esto muestra que el drama de la persecución es también el lugar de la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y a los compromisos del mundo. ¿De qué se alegra el que es rechazado por el mundo a causa de Cristo? Se alegra de haber encontrado algo más valioso que el mundo entero. Porque "¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?" (Mc 8:36). ¿Qué ventaja hay?


Es doloroso recordar que, en este momento, hay muchos cristianos que sufren persecución en varias partes del mundo, y debemos esperar y rezar para que su tribulación se detenga cuanto antes. Son muchos: los mártires de hoy son más que los mártires de los primeros siglos. Expresemos a estos hermanos y hermanas nuestra cercanía: somos un solo cuerpo, y estos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.


Pero también debemos tener cuidado de no leer esta bienaventuranza en clave victimista, auto- conmiserativa. En efecto, el desprecio de los hombres no siempre es sinónimo de persecución: precisamente un poco más tarde Jesús dice que los cristianos son la "sal de la tierra", y advierte contra la "pérdida del sabor", de lo contrario la sal "no sirve para otra cosa que para ser tirada y pisoteada por los hombres" (Mt 5,13). Por lo tanto, también hay un desprecio que es culpa nuestra cuando perdemos el sabor de Cristo y el Evangelio.


Debemos ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de Cristo y no del mundo. Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando se creía un hombre justo, era de hecho un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba con alegría los sufrimientos de las persecuciones que sufría(cf. Col 1,24).


La exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos asemejan a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación de la vidanueva. Esta vida es la misma que la de Cristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue "despreciado y rechazado por los hombres" (cf. Is 53,3; Hch 8,30-35). Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener tanto amor en nuestros corazones como para ofrecer nuestras vidas por el mundo sin comprometernos con sus engaños y aceptando su rechazo. Los compromisos con el mundo son el peligro: el cristiano siempre está tentado de hacer compromisos con el mundo, con el espíritu del mundo. Esta - rechazar los compromisos y seguir el camino de Jesucristo - es la vida del Reino de los Cielos, la alegría más grande, la felicidad verdadera . Y luego, en las persecuciones siempre está la presencia de Jesús que nos acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela y la fuerza del Espíritu que nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una vida coherente con el Evangelio atrae las persecuciones de la gente: existe el Espíritu que nos sostiene en este camino.


(1)Cf.Discurso a los participantes en el seminario “Nuevas formas de solidaridad” organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.- 5 de febrero de 2020 “La idolatría del dinero, la codicia y la especulación son estructuras de pecado -como las definía san Juan Pablo II- producidas por la globalización de la indiferencia”


Saludos en español


Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a seguir la senda de las bienaventuranzas, haciéndolas vida con quienes tienen cerca y sufren, de modo particular en estos momentos de adversidad y dificultad. El Señor les concederá experimentar, en medio de las circunstancias que les toca vivir, una gran alegría y paz interior. Que Dios los bendiga.


Saludos en italiano


Dirigiéndose a los fieles de habla italiana, el Papa dijo:


Hoy celebramos la fiesta de Santa Catalina de Siena, co-patrona de Italia. Esta gran figura de mujer sacó de la comunión con Jesús el coraje de la acción y esa inagotable esperanza que la sostuvo en las horas más difíciles, incluso cuando todo parecía perdido, y le permitió influir en los demás, incluso en los más altos niveles civiles y eclesiásticos, con la fuerza de su fe. Que su ejemplo ayude a cada uno a saber unir, con coherencia cristiana, un intenso amor a la Iglesia a una efectiva preocupación por la comunidad civil, especialmente en este tiempo de prueba. Pido a Santa Catalina que proteja a Italia durante esta pandemia; y que proteja a Europa, porque es la patrona de Europa, que proteja a toda Europa para que permanezca unida.
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Angelus

11/3/2019

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El Evangelio de hoy (cf. Lucas 19, 1-10) nos sitúa en el camino de Jesús que, dirigiéndose a Jerusalén, se detuvo en Jericó. Había una gran multitud para darle la bienvenida, incluyendo a un hombre llamado Zaqueo, jefe de los “publicanos”; es decir, de los judíos que recaudaban impuestos en nombre del Imperio Romano. Era rico no por sus ganancias honestas, sino porque exigía un “soborno”, lo que aumentaba el desprecio hacia él. Zaqueo «quería ver quién era Jesús» (v. 3); no quería conocerlo, pero tenía curiosidad: quería ver aquel personaje del que había oído decir cosas extraordinarias. Tenía curiosidad. Y, siendo de baja estatura, «para poder verlo» (ver 4) sube a un árbol. Cuando Jesús se acerca, alza la mirada y lo ve (cf. v. 5).
Y esto es importante: la primera mirada no es la de Zaqueo, sino la de Jesús, que entre los muchos rostros que lo rodeaban – la multitud – busca precisamente el de Zaqueo. La mirada misericordiosa del Señor nos alcanza antes de que nosotros mismos nos demos cuenta de que necesitamos que Él nos salve. Y con esta mirada del divino Maestro comienza el milagro de la conversión del pecador. De hecho, Jesús lo llama, y lo llama por su nombre: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (v. 5). No lo reprocha, no le da un “sermón”; le dice que tiene que alojarse en su casa: “tiene que”, porque es la voluntad del Padre. A pesar de los murmullos de la gente, Jesús eligió quedarse en la casa de ese hombre pecador.
También nosotros nos habríamos escandalizado por este comportamiento de Jesús. Pero el desprecio y el rechazo hacia el pecador sólo lo aíslan y lo endurecen en el mal que está haciendo contra sí mismo y contra la comunidad. En cambio, Dios condena el pecado, pero trata de salvar al pecador, va en busca de él para traerlo de vuelta al camino correcto. Aquellos que nunca se han sentido buscados por la misericordia de Dios tienen dificultades para comprender la extraordinaria grandeza de los gestos y de las palabras con las que Jesús se acerca a Zaqueo.
La acogida y la atención de Jesús hacia él lo condujo a un claro cambio de mentalidad: en un momento se dio cuenta de lo mezquina que es una vida esclava del dinero, a costa de robar a los demás y recibir su desprecio. Tener al Señor allí, en su casa, le hace ver todo con otros ojos, incluso con un poco de la ternura con la que Jesús lo miraba. Y su manera de ver y de usar el dinero también cambia: el gesto de arrebatar es reemplazado por el de dar. De hecho, decide dar la mitad de lo que posee a los pobres y devolver el cuádruple a los que ha robado (cf. v. 8). Zaqueo descubre de Jesús que es posible amar gratuitamente: hasta entonces era tacaño, y ahora se vuelve generoso; le gustaba acopiar, y ahora se regocija en el compartir. Encontrándose con el Amor, descubriendo que es amado a pesar de sus pecados, se vuelve capaz de amar a los demás, haciendo del dinero un signo de solidaridad y de comunión.
Que la Virgen María nos conceda la gracia de sentir siempre la mirada misericordiosa de Jesús sobre nosotros, para que podamos encontrarnos con la misericordia de los que se han equivocado, para que ellos también puedan acoger a Jesús, quien «vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (v. 10).
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Me entristece la violencia contra los cristianos en la Iglesia Ortodoxa Tewahedo de Etiopía. Expreso mi cercanía a esta Iglesia y a su Patriarca, el querido hermano Abuna Matthias, y os pido que recéis por todas las víctimas de la violencia en aquella tierra.
Recemos juntos: “Ave María...”.
Deseo expresar mi más sincero agradecimiento al municipio y a la Diócesis de San Severo de Apulia por la firma el pasado lunes 28 de octubre del memorando de entendimiento, que permitirá a los trabajadores de los llamados “guetos de la Capitanata”, en Foggia, obtener un domicilio en las parroquias e inscribirse en el Registro Civil municipal. La posibilidad de tener documentos de identidad y de residencia les ofrecerá una nueva dignidad y les permitirá salir de una situación de irregularidad y explotación. Muchas gracias al municipio y a todos los que han trabajado en este proyecto.
Os saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a las Corporaciones históricas de los Schützen y de los Caballeros de San Sebastián de diferentes países de Europa; y a los fieles de Lordelo do Ouro (Portugal).
Saludo a los grupos de Reggio Calabria, Treviso, Pescara y Sant'Eufemia d’Aspromonte; saludo a los chicos de Módena que recibieron la Confirmación, a los de Petosino, diócesis de Bérgamo, y a los Scouts que vinieron en bicicleta desde Viterbo. Saludo a los miembros del movimiento Hakuna de España.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Qué tengáis un buen almuerzo y adiós.
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Angelus

11/1/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Solemnidad de Todos los Santos  nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad. Los santos  y las santas de todos los tiempos, que hoy celebramos todos juntos, no son simplemente símbolos, seres humanos lejanos e inalcanzables. Por el contrario, son personas que han vivido con los pies en el suelo; han experimentado la fatiga diaria de la existencia con sus éxitos y sus fracasos, encontrando en el Señor la fuerza para levantarse una y otra vez y proseguir el camino. Comprendemos así  que la santidad es una meta que no se puede alcanzar sólo con nuestras propias fuerzas, sino  que es  el fruto de la gracia de Dios y de nuestra libre respuesta a ella. Por lo tanto, la santidad es don y  llamada.
Como gracia de Dios, es decir, como don suyo, es algo que no podemos comprar ni canjear, sino acoger, participando así en la misma vida divina por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. La semilla de la santidad es precisamente el Bautismo. Se trata de madurar cada vez más la conciencia de que estamos injertados en Cristo, como el sarmiento está unido a la vid, y por eso podemos y debemos vivir con Él y en Él como hijos de Dios. La santidad, entonces, es vivir en plena comunión con Dios, ya ahora, durante esta peregrinación terrena.
Pero la santidad, además de ser don, es también llamada, es una vocación común de todos nosotros, los cristianos, de los discípulos de Cristo; es el camino de plenitud que todo cristiano está llamado a recorrer en la fe, avanzando hacia la meta final: la comunión definitiva con Dios en la vida eterna. La santidad se convierte así en respuesta al don de Dios, porque se manifiesta como  asunción de responsabilidad. En esta perspectiva, es importante asumir un compromiso diario de santificación en las condiciones, deberes y circunstancias de nuestra vida, tratando de vivir todo con amor, con caridad.
Los santos que celebramos hoy en la liturgia son hermanos y hermanas que admitieron en su vida que necesitaban esta luz divina, abandonándose a ella con confianza. Y ahora, delante del trono de Dios (cf. Ap 7, 15), cantan su gloria para siempre. Constituyen la "Ciudad santa", a la que miramos con esperanza, como nuestra meta definitiva,  mientras peregrinamos en esta "ciudad terrena". Caminemos hacia esa "ciudad santa" donde nos esperan estos hermanos y hermanas santos. Es verdad, estamos cansados por la dureza del camino, pero la esperanza nos da fuerzas para seguir adelante. Mirando sus vidas, no sentimos estimulados a  imitarlos. Entre ellos hay muchos testigos de una santidad  “de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate,7).
Hermanos y hermanas, el recuerdo de los santos nos lleva a levantar los ojos al cielo: no  para olvidar las realidades de la tierra, sino para afrontarlas con más valentía, con más esperanza. ¡Qué María, nuestra Madre santísima, nos acompañe con su maternal intercesión, signo de consuelo y de esperanza segura!
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Os saludo con afecto a todos, peregrinos de Italia y de varios países, en particular a los chicos de la Acción Católica, llegados con sus educadores de muchas diócesis italianas, en el 50º aniversario de la ACR. Uno, dos, tres.... [los chicos de la plaza cantan] Saludo a los jóvenes del Decanato de Mauges, Francia y a los chicos de Carugate (Milán).
Saludo a los atletas que han participado en la Carrera de los Santos, organizada por la Fundación "Misiones Don Bosco" para subrayar, también en una dimensión de fiesta popular, el valor religioso del día de Todos los Santos. Os doy las gracias a vosotros y a todos los que, en las parroquias y comunidades,  promueven en estos días iniciativas de oración para celebrar a Todos los Santos y conmemorar a los difuntos. Estas dos fiestas cristianas nos recuerdan el vínculo que existe entre la Iglesia de la tierra –somos nosotros- y la del cielo, entre nosotros y nuestros seres queridos que han pasado a la otra vida.
Mañana por la tarde iré a celebrar la Eucaristía en las Catacumbas de Priscila, uno de los lugares de sepultura de los primeros cristianos de Roma. En estos días, en los que, desgraciadamente,  también circulan mensajes de cultura negativa sobre la muerte y los muertos, os invito a que no olvidéis, si es posible, una visita y una oración al cementerio. Será un acto de fe.
Y os deseo a todos una feliz fiesta en la compañía espiritual de los santos. Por favor, no  os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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Audiencia General

10/30/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Leyendo los Hechos de los Apóstoles se puede ver cómo el Espíritu Santo es el protagonista de la misión de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los evangelizadores mostrándoles el camino a seguir.
Lo vemos claramente cuando el apóstol Pablo, llegado a Tróada, tiene una visión. Un macedonio le ruega: "¡Pasa a Macedonia y ayúdanos! (Hechos 16:9). El pueblo de Macedonia del Norte está muy orgulloso de esto, muy orgulloso de haber llamado a Pablo para que Pablo fuera a anunciar a Jesucristo. Recuerdo tanto a ese hermoso pueblo que me recibió con tanto calor: ¡Que conserven esta fe que Pablo les predicó! El Apóstol no duda, se va a Macedonia, seguro de que es Dios mismo quien lo envía, y llega a Filipos, "colonia romana" (Hch 16,12) en la Via Egnatia, para predicar el Evangelio. Pablo se queda allí varios días. Tres son los acontecimientos que caracterizan su estancia en Filipos en estos tres días: tres hechos importantes: 1) la evangelización y el bautismo de Lidia y su familia; 2) su arresto junto con Silas, después de haber exorcizado a una esclava explotada por sus amos; 3) la conversión y el bautismo de su carcelero y de su familia. Veamos estos tres episodios de la vida de Pablo.
La fuerza del Evangelio se dirige sobre todo a las mujeres de Filipos, en particular a Lidia, vendedora de púrpura, en la ciudad de Tiatira, creyente en Dios a quien el Señor abre su corazón "para que se adhiriese a las palabras de Pablo" (Hch 16,14). Lidia, en efecto, acoge a Cristo, recibe el Bautismo junto con su familia y acoge a los que pertenecen a Cristo, acogiendo a Pablo y a Silas en su casa. Aquí tenemos el testimonio de la llegada del cristianismo a Europa: el inicio de un proceso de inculturación que dura también hoy. Entró por Macedonia.
Después de la calidez experimentada en casa de Lidia, Pablo y Silas tendrán que hacer cuentas con la dureza de la prisión: pasan del consuelo de esta conversión de Lidia y de su familia a la desolación de la cárcel a la que los arrojan por haber liberado en el nombre de Jesús "a una esclava poseída de un espíritu adivino" y "producía mucho dinero a sus amos" con el oficio de adivina (Hch 16,16). Sus amos, ganaban mucho  y esta pobre esclava hacía lo que hacen los adivinos: te adivinaba el futuro, te leía las manos, como dice la canción: "Toma esta mano, gitana", y por eso la gente pagaba. También hoy, queridos hermanos y hermanas, hay gente que paga por ello. Recuerdo que en mi diócesis, en un parque muy grande, había más de 60 mesitas donde estaban sentados los adivinos y las adivinas, que te leían la mano ¡y la gente creía en estas cosas! Y pagaba. Y esto sucedía también en la época de San Pablo. Sus amos, en represalia, denuncian a Pablo y llevan a los Apóstoles ante los jueces acusándoles de desorden público.
Pero ¿qué pasa? Pablo está en la prisión y durante su encarcelamiento se produce un hecho sorprendente. Está desolado pero, en vez de quejarse, Pablo y Silas entonan una alabanza a Dios y esta alabanza desencadena una fuerza que los libera: durante la oración un terremoto sacude los cimientos de la prisión, se abren las puertas y caen las cadenas de todos (cf. Hch 16,25-26). Como la oración de Pentecostés, la de cárcel también tiene efectos prodigiosos.
El carcelero, creyendo que los prisioneros habían huido, quería matarse, porque los carceleros pagaban con su propia vida la huida de los prisioneros,  pero Pablo le grita: "Estamos todos aquí". (Hechos 16:27-28). El carcelero pregunta entonces: "¿Qué tengo que hacer para salvarme?" (v. 30). La respuesta es: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa" (v. 31). En ese momento se produce el cambio: en el corazón de la noche, el carcelero escucha la palabra del Señor con su familia, acoge a los apóstoles, les lava las heridas –porque les habían pegado- y recibe el bautismo junto a los suyos; luego, "se alegró con toda su familia por haber creído en Dios" (v. 34), prepara la mesa e invita a Pablo y Silas a quedarse con ellos: ¡el momento del consuelo! En el corazón de la noche de este carcelero anónimo, la luz de Cristo brilla y vence a las tinieblas: las cadenas del corazón caen y brota en él y en sus una alegría nunca antes experimentada. Así es como el Espíritu Santo hace la misión: desde el principio, desde Pentecostés en adelante, Él es el protagonista de la misión. Y nos lleva hacia adelante, necesitamos ser fieles a la vocación que el Espíritu nos mueve a hacer. Para llevar el Evangelio.
Pidamos también nosotros hoy al Espíritu Santo un corazón abierto, sensible a Dios y hospitalario con nuestros hermanos y hermanas, como el de Lidia, y una fe audaz, como la de Pablo y Silas, y también una apertura del corazón, como la del carcelero que se deja tocar por el Espíritu Santo.
Saludos en español
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica Pidamos al Espíritu Santo que nos dé un corazón abierto a Dios y acogedor con los demás, con una fe audaz capaz de romper las cadenas que nos oprimen a nosotros y a los demás. Que Dios los bendiga.
Saludos en otros idiomas
El Papa saludó a los peregrinos polacos y recordó que “nos acercamos a la solemnidad de Todos los Santos y a la memoria de todos los fieles que han muerto. Como decía San Juan Pablo II, estos días "nos invitan a mirar al cielo, meta de nuestra peregrinación terrena". Allí nos espera la comunidad festiva de los santos. Allí nos encontraremos con nuestros queridos difuntos", por los que ahora se eleva nuestra oración. Vivamos el misterio de la comunión de los santos con la esperanza que brota de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. ¡Os bendigo de todo corazón!
Por último dedicó un pensamiento especial a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. “Al final del mes de octubre –dijo- invocamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra. Aprended a dirigiros a ella rezando el Rosario. ¡Que la Virgen sea vuestro apoyo en el camino de seguimiento de su Hijo Jesucristo!”.
Llamamiento del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, mis pensamientos se dirigen al amado Iraq, donde las manifestaciones de protesta que han tenido lugar durante este mes han causado muchos muertos y heridos. Al tiempo que expreso pesar por las víctimas y cercanía a sus familias y a los heridos, invito a las autoridades a escuchar el grito de la población que pide una vida digna y pacífica. Exhorto a todos los iraquíes, con el sostén de la comunidad internacional, a seguir el camino del diálogo y de  la reconciliación y a buscar las soluciones justas a los desafíos y problemas del país. Rezo para que ese pueblo atormentado encuentre paz y estabilidad después de tantos años de guerra y de violencia en los que ha sufrido mucho.
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Angelus

7/21/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el pasaje de este domingo, el evangelista Lucas narra la visita de Jesús a la casa de Marta y María, las hermanas de Lázaro (ver Lc 10.38-42). Ellas lo reciben bienvenida, y María se sienta a sus pies para escucharlo; deja lo que estaba haciendo para estar cerca de Jesús: no quiere perderse ninguna de sus palabras. Todo debe dejarse de lado porque, cuando Él viene a visitarnos en nuestra vida, su presencia y su palabra vienen antes que todo. El Señor siempre nos sorprende: cuando empezamos a escucharlo realmente, las nubes se desvanecen, las dudas dan paso a la verdad, los miedos a la serenidad y las diferentes situaciones de la vida encuentran el lugar que les corresponde. El Señor siempre, cuando viene, arregla las cosas, incluso para nosotros.
En esta escena de María de Betania a los pies de Jesús, San Lucas muestra la actitud orante del creyente, que sabe cómo permanecer en la presencia del Maestro para escucharlo y estar en sintonía con Él. Se trata de hacer una parada durante el día, de recogerse en silencio, unos minutos, para dejar espacio al Señor que "pasa" y encontrar el valor de quedarse un poco "separado" con Él, para volver luego, con serenidad y eficacia, a las cosas cotidianas. Elogiando el comportamiento de María, que "eligió la parte buena" (v. 42), Jesús parece repetirnos a cada uno de nosotros: "No te dejes llevar por las cosas que hacer; escucha antes que nada  la voz del Señor, para desempeñar bien las tareas que la vida te asigna”.
Luego está la otra hermana, Marta. San Lucas dice que fue ella la que hospedó a  Jesús (ver el versículo 38). Tal vez Marta era la mayor de las dos hermanas, no lo sabemos, pero ciertamente aquella mujer tenía el carisma de la hospitalidad. Efectivamente, mientras María escucha a Jesús, ella está totalmente ocupada con otros quehaceres. Por eso, Jesús le dice: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas" (v. 41). Con estas palabras, ciertamente no pretende condenar la actitud del servicio, sino más bien la ansiedad con la que a veces se vive. También nosotros compartimos las preocupaciones de santa Marta y, siguiendo su ejemplo, nos proponemos asegurarnos de que, en nuestras familias y en nuestras comunidades, vivamos el sentido de aceptación, de fraternidad, para que todos puedan sentirse "como en casa", especialmente los pequeños y los pobres cuando llaman a la puerta.
El Evangelio de hoy nos recuerda, pues que la sabiduría del corazón reside precisamente en saber conjugar estos dos elementos: la contemplación y la acción. Marta y María nos muestran el camino. Si queremos disfrutar de la vida con alegría, debemos aunar  estas dos actitudes: por un lado, el "estar a los pies" de Jesús, para escucharlo mientras nos revela el secreto de cada cosa; por otro, ser diligentes  y estar listos para la hospitalidad, cuando Él pasa y llama a nuestra puerta, con el rostro un amigo que necesita un momento de descanso y fraternidad. Hace falta esta hospitalidad.
¡Qué María Santísima, Madre de la Iglesia, nos conceda la gracia de amar y servir a Dios y a nuestros hermanos con las manos de Marta y el corazón de María, para que permaneciendo siempre a la escucha de Cristo podamos ser artesanos de  paz y de esperanza! Y esto es interesante: con estas dos actitudes seremos artesanos de  paz y de esperanza.



Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer hizo cincuenta años que  el hombre pisó la luna, realizando un sueño extraordinario. ¡Qué el recuerdo de ese gran paso para la humanidad encienda el deseo de progresar juntos hacia metas todavía más grandes: más dignidad para los débiles, más justicia entre los pueblos, más futuro para nuestra casa común!
Ahora dirijo un saludo cordial a todos vosotros, romanos y peregrinos. En particular, saludo a las novicias de las Hijas de María Auxiliadora de diferentes países. Os saludo de una manera especial, y espero que algunas de vosotras vayan a la Patagonia: ¡Hace falta trabajar allí! Saludo a los alumnos del Colegio Cristo Rey de Asunción (Paraguay), a los seminaristas y formadores de la Obra Don Guanella de Iaşi (Rumania), a los jóvenes de Chiry-Ourscamp (Francia) y a los fieles de Cantù.
Os deseo a todos un buen domingo y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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Regina

5/19/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos lleva al Cenáculo para hacernos escuchar algunas de las palabras que Jesús dirigió a los discípulos en el "discurso de adiós" antes de su pasión. Después de lavar los pies de los Doce, les dice: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado, así también os améis vosotros los unos a los otros "(Jn 13, 34). Pero, ¿en qué sentido Jesús llama a este mandamiento "nuevo"? Porque sabemos que ya en el Antiguo Testamento Dios había mandado a los miembros de su pueblo que amaran a su prójimo como a sí mismos (véase Lev 19:18). Jesús mismo, a quienes le preguntaron cuál era el mayor mandamiento de la ley, respondió que el primero es amar a Dios con todo el corazón y el segundo amar al prójimo como a uno mismo (ver Mt 22: 38-39).

Entonces, ¿cuál es la novedad de este mandamiento que Jesús confía a sus discípulos? ¿Por qué lo llama " mandamiento nuevo "? El antiguo mandamiento del amor se ha vuelto nuevo porque se completa con esta adición: "como yo os he amado", "amaos como yo os  he amado". La novedad está en el amor de Jesucristo, ese por el que dio su vida por nosotros. Se trata del amor de Dios, universal, sin condiciones y sin límites, que encuentra su ápice en la cruz. En ese momento de extremo abajamiento, en ese momento de abandono al Padre, el Hijo de Dios ha mostrado y dado al mundo la plenitud del amor. Reflexionando sobre la pasión y  la agonía de Cristo, los discípulos entendieron el significado de esas palabras suyas: " Que como yo os he amado, así también os améis también vosotros los unos a los otros”.

Jesús nos amó primero, nos amó a pesar de nuestras debilidades, nuestras limitaciones y nuestras debilidades humanas. Fue Él quien nos hizo dignos de su amor, que no conoce límites y nunca termina. Al darnos el nuevo mandamiento, nos pide que nos amemos no solo y no tanto con nuestro amor, sino con el suyo, que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones si lo invocamos con fe. De esta manera, y -solo de esta manera- podemos amarnos unos a otros no solo como nos amamos a nosotros mismos, sino como Él nos amó, es decir inmensamente más. Dios nos ama mucho más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Y así podemos difundir en todas partes la semilla del amor que renueva las relaciones entre las personas y abre horizontes de esperanza. Jesús siempre abre horizontes de esperanza, su amor abre horizontes de esperanza. Ese amor nos hace convertirnos en hombres nuevos, hermanos y hermanas en el Señor, y hace de nosotros el nuevo Pueblo de Dios, es decir, la Iglesia, en la que todos están llamados a amar a Cristo y en Él a amarnos unos a otros.

El amor que se manifiesta en la cruz de Cristo y que Él nos llama a vivir es la única fuerza que transforma nuestro corazón de piedra en un corazón de carne; La única fuerza capaz de transformar nuestro corazón es el amor de Jesús, si también amamos con este amor. Y este amor nos hace capaces de amar a nuestros enemigos y perdonar a quienes nos han ofendido. Os haré una pregunta, que cada uno responda para sí. ¿Soy capaz de amar a mis enemigos? Todos tenemos personas, no sé si son enemigos, pero que no están de acuerdo con nosotros, que está "del otro lado"; o alguno tiene gente que le ha hecho daño... ¿soy capaz de amar a esas personas?  A ese hombre, a esa mujer que me hizo daño, que me ofendió ¿soy capaz de perdonarlo? Que cada uno responda para sí. El amor de Jesús nos hace ver al otro como un miembro presente o futuro de la comunidad de amigos de Jesús; nos estimula a dialogar y nos ayuda a escucharnos y conocernos. El amor nos abre al otro, convirtiéndose en la base de las relaciones humanas. Nos hace capaces de superar las barreras de nuestras debilidades y prejuicios. El amor de Jesús en nosotros crea puentes, enseña nuevas formas, desencadena el dinamismo de la fraternidad. ¡Qué la Virgen María nos ayude, con su intercesión materna, a recibir de su Hijo Jesús el don de su mandamiento y del Espíritu Santo la fuerza para practicarlo en la vida cotidiana!

Después del Regina Coeli
¡Queridos hermanos y hermanas!

Ayer, en Madrid, fue beatificada María Guadalupe Ortiz de Landázuri, fiel laica del Opus Dei, que sirvió a sus hermanos con alegría conjugando la enseñanza con el anuncio del Evangelio. Su testimonio es un ejemplo para las mujeres cristianas involucradas en la ayuda social y en la investigación científica. ¡Aplaudamos a la nueva beato, todos juntos!

Os saludo cordialmente, peregrinos de Italia y de diferentes países. En particular a los de México, California, Haití; a los fieles de Córdoba (España) y de Viseu (Portugal); A los alumnos de Pamplona (España) y Lisboa (Portugal).

Saludo a las Canónicas de la Cruz en el centenario de su fundación; a  los responsables de la Comunidad de San Egidio de diferentes países; a los peregrinos polacos, en particular a los scouts, acompañados por el Ordinario Militar, llegados con motivo  del 75 aniversario de la batalla de Montecassino.
Saludo a los fieles de  Biancavilla  Cosenza; a los de Pallagorìo con el coro; a los que se van a confirmar  de Senigallia y Campi Bisenzio; al coro de San Marzano sul Sarno y al de  San Michele in Bolzano; a la escuela   Figlie de S. Anna de Bolnia y a los ciclistas del hospital Bambino Gesù.
Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
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Audiencia

5/15/2019

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Llegamos a la séptima petición del "Padre Nuestro": "Mas líbranos del mal" (Mt 6,13b). Con esta expresión, el que ora no pide solamente que no se le abandone en el momento de la tentación, sino también que se le libre del mal. El verbo original en griego es muy fuerte: evoca la presencia del maligno que tiende a agarrarnos y mordernos (ver 1 P. 5: 8) y del cual pedimos a Dios que nos libre- El apóstol Pedro dice también que el maligno, el diablo, nos rodea como un león enfurecido, para devorarnos y nosotros pedimos a Dios que nos libre de él.
Con esta doble súplica: "No nos abandones" y "líbranos", surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus amigos a anteponer la invocación del Padre a todo, incluso y especialmente cuando el maligno hace sentir su presencia amenazadora. En efecto, la oración cristiana no cierra los ojos a la vida. Es una oración filial y no una oración infantil. No está tan infatuada de la paternidad de Dios como para olvidar que el camino del hombre está plagado de dificultades. Si no existieran los últimos versículos del "Padre Nuestro", ¿cómo podrían rezar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos? La última petición es precisamente la petición de nosotros cuando estaremos en el límite, siempre.
Hay un mal en nuestra vida, que es una presencia indiscutible. Los libros de historia son el catálogo  desolador de cuánto nuestra existencia en este mundo haya sido a menudo  un fracaso. Hay un mal misterioso, que ciertamente no es obra de Dios, pero que penetra silenciosamente en los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que lleva el veneno, silenciosamente. A veces parece predominar: algunos días su presencia parece incluso más aguda que la de la misericordia de Dios.
La persona que reza no está ciega, y ve con claridad este mal tan pesado y tan contradictorio con el misterio de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su mismo corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está exento del mal, o al menos que no ha sido tentado. Todos nosotros sabemos que es el mal; todos nosotros sabemos que es la tentación; todos hemos experimentado en carne propia la tentación, de cualquier pecado. Pero es el tentador que nos mueve y nos empuja al mal, diciéndonos: “Haz esto, piensa esto, ve por ese camino”.
El último grito del "Padre Nuestro" se lanza contra este mal "de ancha capa", que guarda bajo su manto las experiencias más diversas: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la explotación del otro, el llanto de los niños inocentes. Todos estos eventos protestan en el corazón del hombre y se hacen voz en la última palabra de la oración de Jesús.
Precisamente en los relatos de la Pasión algunas frases del "Padre Nuestro" hallan su eco más impresionante. Dice Jesús: "¡Abba! Padre! Todo es posible para ti: ¡aparta de mí esta copa! Pero no sea lo que quiero, sino lo que quieras tú "(Mc 14:36). Jesús experimenta plenamente la cuchillada del mal. No solo la muerte, sino la muerte de cruz. No solo la soledad, sino también el desprecio, la humillación. No solo la animosidad, sino también la crueldad, el ensañamiento contra él.  He aquí lo que es el  hombre: un ser amante a la vida, que sueña con el amor y el bien, pero que se expone a sí mismo y expone sus semejantes continuamente al mal, hasta el punto de que podemos sentirnos tentados de desesperar del  hombre.
Queridos hermanos y hermanas: Así, el "Padre Nuestro" se asemeja a una sinfonía que pide resonar en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo abrumador que es el poder del mal, y al mismo tiempo siente cómo Jesús, que nunca ha sucumbido a sus lisonjas, está de nuestro lado y nos ayuda.
Así, la oración de Jesús nos deja la herencias más preciosa: la presencia del Hijo de Dios que nos ha librado del mal, luchando por convertirlo. En la hora del combate  a final,  le dice a Pedro que vuelva a colocar la espada en su vaina, al ladrón arrepentido le asegura el cielo, a todos los hombres que lo rodean, y no se daban cuenta de la tragedia que estaba ocurriendo, les ofrece una palabra de paz: "Padre, perdónalos  porque no saben lo que hacen"(Lucas 23:34).
Del perdón de Jesús en la cruz brota la paz, la paz auténtica viene de la cruz; es  don del Resucitado, un don que nos da Jesús. Pensad que el primer saludo de Jesús resucitado es “paz a vosotros”, paz a vuestras almas, a vuestros corazones, a vuestras vidas.  El Señor nos da la paz, nos da el perdón, pero nosotros tenemos que pedir. “líbranos del mal”, para no caer en el mal. Esa es nuestra esperanza, la fuerza que nos da Jesús resucitado, que está aquí, entre nosotros: está aquí . Está aquí con la fuerza que nos da para seguir adelante y nos promete librarnos del mal.
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Saludos en diversos idiomas
“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica, en modo particular saludo a los sacerdotes participantes en el curso de actualización promovido por el Pontificio Colegio Español de San José. Los animo a que recen con espíritu renovado la oración que el Señor nos dejó, y a que la enseñen a cuantos los rodean, para que, reconociendo a Dios como Padre, nos conceda la paz, el más preciado don del Resucitado, más fuerte que ningún mal. Que el Señor los bendiga”, dijo el Papa a los peregrinos hispanoparlantes presentes en la Plaza.
También mencionó, en sus saludos a los peregrinos de habla inglesa,  a los representantes  de los Centros Universitarios y los Institutos de Estudios sobre la Familia, procedentes de diferentes países, reunidos para el primer encuentro del Family International Monitor, organizado por el Instituto Pontificio Juan Pablo II, que tiene lugar con motivo del Día Internacional de la Familia, que este año recuerda el papel de las familias en el cuidado de la creación, nuestro casa común.
Tras recordar a los peregrinos portugueses que nos encontramos en medio del "Mes de María", que tradicionalmente llama al pueblo cristiano a multiplicar sus gestos diarios de veneración a imitación de la Madre de Dios, se dirigió así a los polacos:  “Anteayer celebramos la memoria de la Santísima Virgen María de Fátima. El 13 de mayo es el día que conmemora su primera aparición, que coincide con la del atentado a la vida de San Juan Pablo II. Recordemos su afirmación: "En todo lo que sucedió, vi ... una protección materna especial de María". Recordamos también  las palabras de Nuestra Señora: "He venido a advertir a la humanidad para que cambie de  vida y no entristezca a Dios con pecados graves.  Que los hombres recen el rosario y hagan penitencia por sus pecados ". Escuchamos esta recomendación, pidiéndole a María su protección materna, el don de la conversión, el espíritu de penitencia y la paz para todo el mundo. Inmaculado Corazón de María, ruega por nosotros”.
Y en italiano mandó un saludo a los prófugos procedentes de Libia, que ha acogido la asociación Mondo Migliore.

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