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Texto completo de la bendición Urbi et Orbi

3/29/2016

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«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.
Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.
El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.
Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.
Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.
Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.
El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados —incluyendo muchos niños— que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.
Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.
Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).
A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho
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Celebracion del viernes santo en vivo

3/25/2016

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El Papa Francisco y las redes sociales

3/1/2016

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El magisterio pontificio sobre los medios de comunicación ha conocido una trayectoria que, a partir del mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2009, supuso un paso adelante en la comprensión y explicación antropológica, sociológica, pastoral y teológica ya no sólo del fenómeno masmediático en general sino de la comunicación digital en particular.
En 2009 Benedicto XVI atinó al identificar en el valor de la amistad el porqué del éxito de las redes sociales para, al año siguiente, 2010, proponer el mundo digital como un ámbito de acción pastoral para los sacerdotes. La propuesta no podía obviarse en vista de que en muchos ambientes clericales había una cierta resistencia hacia internet, fruto de una visión predominantemente negativa del mismo.
En 2011 Benedicto XVI apuntó a un nuevo valor central en la era digital: la autenticidad. Al año siguiente, 2012, el mismo autor tuvo la genialidad de hacer entrar el silencio como parte nodal del proceso comunicativo o, por mejor decir, de una adecuada comunicación. Finalmente, en 2013 Benedicto XVI habló explícitamente de las redes sociales como “lugares” para la evangelización. En poco menos de diez párrafos el Papa dejaba atrás la discusión en torno a si internet es un mundo virtual distinto del mundo real, discusión especialmente presente en seminarios y casas de formación.
Aunque de un modo más discreto, Papa Francisco dio también un empujó a esta evolución del acercamiento magisterial católico al mundo de las comunicaciones al insertar ese mundo en la dinámica del servicio en la “cultura del encuentro” (mensaje de 2014; en el mensaje de 2016 va más allá y habla de la “proximidad” como poder de la comunicación). Ha pasado casi desapercibido, sin embargo, la ulterior profundización y desarrollo que en el mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2016 ha hecho el mismo Papa Francisco.
Aunque dedicado al binomio comunicación-misericordia, hay al menos dos momentos donde el Pontífice vuelve (no explícitamente refiriéndose a él ni usando los mismos términos) a dos ideas tocadas precedentemente por Benedicto XVI: la consideración del entorno digital como “lugar de encuentro” (remitible el mensaje de 2013) y la “escucha” como categoría integrante de un buen proceso comunicativo (evoca el mensaje de 2012).
Pero lo realmente nuevo y enriquecedor del mensaje de 2016 lo hallamos en otros argumentos. Aun tratándose de reflexiones secundarias remitidas a las principales en torno a la misericordia y a la comunicación, hay tres novedosos aspectos originales en el magisterio papal en la materia: 1) dice que “los correos electrónicos, los mensajes de texto, las redes sociales, los foros, pueden ser formas de comunicación plenamente humanas”. Y a continuación matiza dónde debemos encontrar el criterio para valorarlos de este modo: “No es la tecnología la que determina si la comunicación es auténtica o no, sino el corazón del hombre y su capacidad para usar bien los medios a su disposición”. La aportación no es de poco valor en vista de que no son pocos quienes ven en esos modos de comunicación meras maneras de alienación y despersonalización de las relaciones humanas. Ciertamente en el fondo el mismo Papa evoca esas posibilidades desde el momento en que habla de un “pueden ser”. Lo importante e interesante aquí es cómo remite a la intencionalidad del sujeto y no al mero uso de los instrumentos para valorar lo que hace humanamente plena la comunicación.
Una segunda contribución es la de 2) enlazar redes sociales con bien común. Esto queda claramente identificado al referir que “También en red se construye una verdadera ciudadanía. El acceso a las redes digitales lleva consigo una responsabilidad por el otro, que no vemos pero que es real, tiene una dignidad que debe ser respetada. La red puede ser bien utilizada para hacer crecer una sociedad sana y abierta a la puesta en común”. En cuanto acabamos de citar queda de manifiesto una consideración acerca del habitante de la red como parte de una sociedad que, precisamente por su “realidad” (nótese cómo queda en desuso el concepto “virtual”), es lugar de bien común. Porque el ámbito digital es susceptible de “comunicación plenamente humana”, “las redes sociales son capaces de favorecer las relaciones y de promover el bien de la sociedad”.
Es así que llegamos al tercer aspecto: el bien común específico que aportan quienes habitan las redes sociales es la proximidad, una proximidad que se concreta en el “encuentro”.
La profundidad con que en los últimos años la Iglesia se ha tomado en serio la reflexión acerca de la revolución antropológica que ha supuesto internet le está colocando a la vanguardia de la comprensión global del fenómeno. Un fenómeno que, por cierto, está tocando también el modo como las personas viven la fe en la era digital.
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